LA CORDURA COMO ESA ROCA ARRASTRADA EN LA MONTAÑA [ANTICIPACIÓN A LOS 50 AÑOS DE TAXI DRIVER]
diseño: Elizabet Sicilia.
Coordinación General : Elizabeth Sicilia
I’m God’s lonely man.
Travis Bickle
Prólogo: suelo
llegar tarde a las celebraciones y a lo largo de estos años, pese a que
disfruto muchísimo escribir sobre películas, no he logrado mantener un ritmo
constante de publicaciones en los medios con los que he colaborado. Sin
embargo, esta sección que ahora inicia en ‘‘Revista Cinco SV’’ y a la cual he
bautizado con el nombre de ‘‘El Obturador’’, busca resolver ambas cuestiones;
es decir: con este primer artículo me anticipo a la lluvia de publicaciones que
traerán los 50 años de Taxi Driver, y a su vez, propongo un compromiso
personal respecto a la publicación mensual de textos alrededor del mundo
audiovisual sin limitarme a un formato específico, por lo cual, en las
siguientes entregas podrán encontrar: análisis, tops, recomendaciones,
estudios de filmografía de algún autor específico o comparativas, y gracias a
esta libertad, buscaré terminar el año con al menos 12 entregas, escritas por
alguien que ni por cerca pretende mostrarse ante ustedes como un experto en la
materia, sino más bien como lo que realmente es; un apasionado de los
audiovisuales.
Sin más, y buscando la coherencia con el nombre de la
sección, diré que acá permitimos ingresar únicamente la luz necesaria, por lo
cual les dejo con lo que importa: la imagen capturada en palabras.
El 8 de febrero de 1976 se estrenó Taxi Driver,
y, por lo tanto, el año próximo, estoy seguro de que habrá una ola de
publicaciones para celebrar —con justa razón —los 50 años de esta obra en que
se combinaran oportunamente el pulido guion de Paul Schrader y la vibrante
dirección de Martin Scorsese. Es claro que a estas alturas los entusiastas del
cine hemos llegado a identificar con facilidad la influencia que la película ha
tenido en obras de reciente factura; baste con pensar en la célebre «Joker,
2019» de Todd Phillips. Y a la vez, es tangible cómo cada uno de los apartados
técnicos de la cinta, siguen siendo material de visita obligatoria para
cineastas de todo el mundo. ¿Pero qué es lo que sigue conectando con aquella
audiencia que no pierde el sueño pensando en aspectos técnicos? ¿Qué logra configurar
la permanencia en la memoria de quienes no sienten la necesidad de conocer el
nombre del director o del guionista? O en aquellos que desconocen qué tan
ligada está la imagen espiritual de Travis Bickle al propio Paul Schrader,
quien en menos de un mes habría escrito los primeros dos borradores de la
película, derramando en ellos ese halo decadente y corrosivo que rodeaba su
propia vida, y combinando esas experiencias con la referencia en bruto del
intento de asesinato que el estadounidense Arthur Bremer ejecutaría contra George
Wallace; candidato a la presidencia de aquel momento. Pues, a mi manera de ver,
y con el riesgo de sumergirme en la obviedad, puedo pensar que la respuesta se
encuentra compartida en: 1) el honesto trabajo introspectivo del escritor y su
retrato hiperparticular de la soledad, y 2) la multiplicidad de discursos
desarrollados con madurez y conciencia en una cinta de 113 minutos.
Yendo en orden, la cuidadosa construcción de un
personaje tan específico como Bickle, podría resumirse en: un ser humano en
busca del sentido de su existencia en un mundo enfermo y corrupto. Y es
precisamente allí, que no importa si estamos en 2004, 2012, 2025 o 1970, si nos
encontramos en Nueva York o en cualquier otra ciudad cuyas calles se encuentren
contaminadas por el dolor, la depravación y la deshumanización. Tampoco es
importante pensar en si el espectador compartirá mínimamente la idiosincrasia del
personaje al que diera vida un telúrico Robert De Niro a sus 33 años. Lo que
considero verdaderamente importante es explorar la idea de que todo ser humano
ha vivido un sentirse arrojado en el mundo, o por lo menos algún instante en
que, buscar asirse a algo se volviera indispensable para adelgazar el
despiadado velo de la soledad y el abandono propio.
A lo mejor la construcción identitaria de un antihéroe
como Travis no se encuentra tan distanciada de los actos de mínimos de
heroicidad cotidiana y no sea necesario recibir una bala o cambiar la vida
completa de un ser vulnerado. Posiblemente, no tardemos demasiado en encontrar
equivalencias contemporáneas a aquella guerra de Vietnam de la que Bickle
saliera con estrés postraumático, o escenarios corruptos ante los cuales la
impotencia inaugure la rabia en la sangre.
La atemporalidad se ubica en ese preciso momento en
que la cinta tiende una red de detonantes de conexión, ante los cuales no
interesará la radicalidad del personaje ni su insomnio ni su psicosis ni su
racismo interiorizado ni su falta de sentido común para arruinar una cita o su
deseo de convertirse en la lluvia torrencial que limpie las calles; solo
importará ese instante de posibilidad de que el espectador conecte con el
infame retrato de la condición humana, esa probabilidad de que por lo menos exista
un parpadeo en que podrá identificar partículas de su dolor en el dolor de
Travis.
Ese Sísifo colectivo que es el sujeto moderno ante su
incapacidad de procesar el duelo y el fracaso, esa dificultad de construir
relaciones sólidas, ese terrible sonido de la celebración de la violencia en
sociedades enfermas, el endiosamiento de la rabia y la venganza, no hacen más
que reconfirmar la vigencia de la cinta. El ejercicio de honestidad es tangible
en el diseño de la psicología del personaje, y eso resulta entrañable ante la
naturalización de antihéroes plásticos y carentes de alma. Bickle no solo carga
consigo armas e inestabilidad mental, sino también la condena de que aún
después de embarcarse en sus ‘‘actos heroicos’’ tendrá que volver a arrastrar
su cordura por esa inclinada montaña hecha de soledad.
Respecto al racimo de discursos, siempre será
interesante notar cómo una obra tan completa da para escribir páginas y páginas
de análisis acerca de cada uno de los temas que aborda. Y si bien, la violencia
física puede llegar a resaltar por su efervescencia en la pantalla, también es
cierto que aspectos como: la religión, la impunidad, el deseo, la necesidad de
compañía, la prostitución, la política, la salud mental, las adicciones, la
higiene del sueño, el racismo, la posguerra, las desigualdades sociales, el
síndrome de salvador, la economía, la construcción de identidad, el fanatismo,
y el anonimato —entre otros cuantos más —encuentran su lugar en la discusión
interminable alrededor de este producto cinematográfico. No obstante, eso no
ocurre únicamente porque se decidiera realizar una lista extensa de discursos a
desarrollar, sino por el tratamiento inteligente que los autores otorgaran a
cada uno de estos puntos. Es así como cada personaje resulta muy humano, y por
lo tanto, vehículo adecuado para transportar heridas y reflejos capaces de
dialogar con retratos propios o de la realidad que nos rodea.
Taxi Driver no
solo hizo despegar considerablemente las carreras de los rostros más visibles
detrás de su producción ni tampoco detiene su importancia en presentarnos
rostros que años más tarde irían cobrando más y más importancia en la
industria. La película es claro testimonio de esa convergencia casi romántica
que apasiona a los amantes del cine, donde todo se alinea para producir
emociones memorables. Y por supuesto, no seré yo quien intentará dar
valoraciones profundas alrededor del diseño de producción, fotografía, música,
edición o actuaciones individuales; de cada aspecto técnico existen abundantes
escritos que hacen un mejor trabajo que el que yo podría hacer al respecto,
pero sí seré yo, quien luego de esta breve catarsis instará a repetir el
visionado de la película (en el muy posible caso de que ya la hayan visto), o
quien los invitará a verla por primera vez (a través del medio que tengan a
disposición) con la esperanza de que les provoque, por lo menos, la mitad de
emoción que a mí me ha provocado.
Josué Andrés Moz, febrero 2025
Comentarios
Publicar un comentario