Literatura
Literatura
En nuestra tercera edición tenemos
el placer de compartir con ustedes los versos de Lauri García Dueñas. Poeta y periodista
salvadoreña, quien nos entrega un espejo mágico que refleja la profundidad y el
misticismo del universo femenino a través de versos precisos, evocando la experiencia
de las mujeres dentro de la búsqueda de las voces de nuestras propias conciencias.
Sus letras llegan a nuestro espacio
con la sincronicidad necesaria en esta edición de Julio 2023 en la cual
abordamos como tema central la sororidad como pacto ético para las mujeres al
enfrentarnos a un sistema en el que se nos cría ajenas a nuestra propia
naturaleza.
Biografía.
Lauri
García Dueñas (San Salvador, 1980) Escritora y periodista. Maestra en Comunicación y Cultura
por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), gracias a una beca de la
Fundación Heinrich Böll.
Poemarios publicados: La primavera se amotina, Sucias palabras de amor, Del mar es el ahogo (XVII Premio Interamericano de Poesía Navachiste, Sinaloa, Jóvenes Creadores 2009), El tiempo es un texto indescifrable, La tía y Atávica memoria: Virginia. Así como las plaquets: Hombre mar y Mujer en El Mar, el desierto es verde, un error espectacular atravesado por avenidas e hipopótamos líquidos, Saigón, Cuaderno africano, América, Aquí en el borde cúspide, Filigranas y Fragor.
En junio de 2022, Abismos casa editorial de México publicó su primera novela: “Ella no solas”.
Co-autora de los libros de investigación periodística: Tribus Urbanas en El Salvador (AECID-El Faro, 2011) y El asesinato de Roque Dalton. Mapa de un largo silencio (Aura ediciones, 2012).
Para teatro, ha escrito Mientras más se grita menos se mata (2011), Mamífera (2017), El deseo de los otros no se puede controlar (2018), Del otro lado del cielo (2019) y No todo está perdido (2020).
Algunos de sus textos han sido
traducidos al inglés, catalán, alemán, italiano y árabe.
Luna de medio rostro encendido
y ella tanta oscuridad.
Como algo intangible
bocas
siluetas adormecidas en el salón
los mesoneros viéndola tambalearse
en su húmeda cavidad de olor y textura
tuyas
expresión de lo no visto
de lo nunca imaginado por los dedos
en puntas
algo violento en el afuera
nombrar es ocurrir
es una masa en bruma
turbulencias
¿una mano?
gritos
un campo a tientas
1904
ella abre el rumbo
camina, bambolea
pero las cosas han cobrado otro orden
el orden de las cosas no existe
la escritura desaparece, se desdibuja
este podría ser el año de mi nacimiento
o del nacimiento de otros niños
o de millones de hombres desvaneciéndose
en la ausencia.
◊
Cómo es tu noche a estas horas
impronta, el vocativo
babea por mi boca el borde satelital de la
luna
ganas de irse y asaltar la mudanza
¿el tiempo permanecerá?
¿marrón?
asir las últimas volutas de polvo
cuando ella tampoco existe y es
una marea confusa
intervalos
lágrimas que aún no lo son
en el borde (ese borde)
mientras las sombras recogen la basura de
todos
y el plástico rechina en mis ojos,
tú, Virginia, me estás mirando.
Al otro lado de la calle,
apagas la última luz.
Conjuro para la mujer parturienta y el nacimiento.
«Por eso digo
nacido, que es lo que para un ser viviente es lo más imposible», María
Zambrano.
Que la madrina ore
por ti desde la tierra donde naciste.
Que Inana baje de
la montaña Eibe, victoriosa, y te unja con su sangre.
Que Nisaba te tome
de su mano para que no tiembles.
Que tu nahuala te
mire a los ojos.
Que tus ojos de
loba vuelvan a sus cuencas, se enrojezcan y se afilen.
Que tus abuelas
entren a la habitación cuando se abra la hendidura.
Que las ancestras
salgan del monte a cantarte.
Que las hierbas y
las medicinas ahumen sus ungüentos y el chocolate abra el umbral.
Que las manos de
la partera sean sabias.
O la mano de la
doctora, impecable.
Que oigas la voz
de tu madre cuando decía tu nombre y eras una niña.
Que sepas que tu
madre también se abrió para que vinieras.
Que sepas de tu
padre, la semilla.
Que el nervio
desnudo del linaje se abra en tu sangre en el momento preciso.
Que no tengas
miedo.
Que el intervalo
del fuego divino te proteja.
Que el calostro
bendiga a la criatura.
Que la criatura
llore con ganas al tocar el mundo.
Que la criatura
sea sana y perfecta.
Que la salud y la
gran Afrodita nunca las abandone.
Que Venus les
cante su primera canción de cuna.
Que la Madre Luna
descorra el velo de la primera mantilla.
Que tu corazón y
tus piernas no tiemblen.
Que sepas que
tienes la fuerza para cruzar el umbral.
Que sientas el
aliento de todas las madres esperándote.
Desobedeceremos.
Me
miro al espejo como el ejercicio lumínico y recurrente
de
palpar la vida que deja surcos y hondonadas
en
mi cuerpo tierra.
Reconozco
que he envejecido
y
si se me comparara con un fruto, se diría de mí que
soy
madura.
No
tan cerca de la niñez, como el miedo
y
la inocencia pueril
ni
tan cerca de la vejez como la sabiduría
y
la corona blanquecina de un alce.
A
la mitad, diríamos.
Ni
agitada, ni serena.
Agacharme
ya no es tan fácil,
pero
tampoco tan difícil
disimulo
el descenso de mis goznes con una sonrisa
y
algo de aprendido garbo.
Hoy
he hablado de la necesidad imperiosa
de
despedirme del dolor y la melancolía
por
la mujer joven y libre que ya no soy.
Devenida
tardía en madre mamífera,
así
pues,
invitada
voluntaria a la tribu de cuidadoras maldormidas,
abrazo
el ministerio laico
de
procurar a dos mamíferos
y
adentrarlos en la cultura
a
tientas. Sin embargo,
no
he renunciado a mi libertad.
Me
la merezco.
Amar
ya no significa para mí
grilletes,
castración.
Del
torbellino de mi propia infancia, conservo
del
dolor
mis
gritos de risa, sorpresa, frustración o rabia
que
intento bajar de decibeles por respeto a los vecinos
así
como mi repertorio de palabras altisonantes.
Mi
genio sin figura.
Heme
aquí pues
a
la puerta de otra celebración solar
de
la humanidad a la que pertenezco
no
sin quejas.
No,
ya no soy esa mujer joven que extraño
todos
los días. Lo admito.
La
cintura de avispa de las fotos ha desaparecido.
Pero,
me convertí en una ceiba que todavía puede reír
cuando
el viento le hace cosquillas
me
abrazo, me acepto, cuesta,
me
dedico compasión
después
del ciclón de mis últimos años.
Brindo
por mí y por todas nosotras
lobas
embarnecidas, gatas, leonas
y
otras analogías
que,
aunque no somos las gacelas de hace algunos años,
aullamos
a la luna
como
antes.
Y,
siempre, ante todo,
desobedecemos.
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