Versos Necios (Literatura)

 

Al preparar esta edición los versos de Mario Zetino me invitaron a observar la melancolía a través del humo de una taza de café y conectar con el monólogo internos de quien concluye sobre la vida que transcurre en un círculo infinito que se devora y se nutre a si mismo con su belleza y su cataclismo. Les invito a leer los Versos Necios de este gran autor salvadoreño.


diseño y edición: Elizabet Sicilia.


Algo sobre mí.

Mario Zetino (Santa Ana, El Salvador, 1985) es un poeta y académico salvadoreño. Ha
publicado los poemarios Uno dice (Índole Editores, San Salvador, 2013), Canciones de
amor y ausencia (Artesanos & Editores, Santa Ana, 2022) y Canción para una muchacha
infinita (Golden Empire Editions, New York, 2023). Ha compilado las antologías de poesía
Memorias de la Casa. 25 poetas (Índole Editores/Fundación Claribel Alegría, 2011) y
David Escobar Galindo: La luz del amor jamás será ceniza (Universidad Dr. José Matías
Delgado, 2018). Traduce poesía del inglés al español. Su trabajo ha sido publicado en
revistas y antologías nacionales e internacionales. En 2016 fue escritor residente en la
Hispanic Writers Week de la University of Massachusetts Boston. Es Licenciado en Letras
por la Universidad de El Salvador. Formó parte del taller de poesía de La Casa del Escritor.
Es investigador en estudios literarios y educación.



¿Has visto esa pintura de Masaccio

en la que Adán y Eva van llorando,

con el ángel de la espada de fuego

detrás de ellos, ordenándoles,

con su brazo celestial inflexible:

«¡Fuera de aquí!»?

Si alguna vez has visto esa pintura,

imagina ahora este escenario:

no el ángel expulsando a Adán y a Eva,

sino el humano e inflexible brazo

de uno de ellos

expulsando al otro del Jardín.

Alguna vez nos ha pasado, a todos,

esta visión que pinto:

tú muchacho, cubriéndote la cara,

por la que caen lágrimas que alguien,

no sé cuándo ni dónde ni por qué,

dijo que no debías llorar nunca;

y tú, muchacha, vivo rostro de Eva,

con un llanto que es el sufrimiento mismo,

porque no lo puedes creer,

no te lo puedes creer:

que él

que ella

nos haya echado del Paraíso.

Con su espada forjada

con ira del corazón,

con determinación afiladísima,

con palabras y silencios

de acero,

que cortan, como un corte en nuestra propia carne,

los lazos

y la voluntad.

Ahora, observa: en la obra de Masaccio,


un puritano les pintó unas hojas

a Adán y a Eva sobre el sexo.

Pero a nosotros —por suerte—

nadie puede escondernos de la desnudez

de nuestra súbita,

quemante vida propia.


De Notas de un viaje humano (inédito)



Yo soñaba con vivir en una ciudad.

Soy de una ciudad pequeña,

y, ya saben, en una ciudad pequeña,

no es que pase mucho.

Hace un par de años me salió un trabajo

de medio tiempo en San Salvador,

y me vine para acá,

lleno de sueños.

En esta noche abro mi cuaderno

—en esta noche en que igual que tantas noches

bien podría hacer números y tratar de saber

cómo voy a llegar a fin de mes—

y escribo.

En vez de otro desfile de números temidos,

yo escribo.

Escribo en este cuarto de alquiler.

Y mientras escribo,

me revelo ante mí mismo.

Me descubro viajero,

peregrino

en medio de esta ciudad,

en medio de esta San Salvador

fundada a la carrera hace 500 años,

para que los conquistadores que venían de Panamá

no pudieran reclamar como suyo el territorio.

Yo me rebelo

y aquí despierto

a que no vine sólo a trabajar,

a que vine

para vivir una vida humana,

una de las millones de vidas posibles en el siglo XXI.

Me descubro caminando entre millones de semejantes

con horizontes en los ojos y sueños en el corazón.


Me descubro caminando entre millones de semejantes

que poseen por derecho de nacimiento

la eternidad,

en un lugar de un mundo que palpita entre billones de estrellas

y cuya vida hoy

resplandece y peligra.


Tan sólo abrir un libro en cualquier página

y dejar que me diga sus palabras,

las palabras del mundo y de los siglos:

el asombro, el amor, todos los miedos.

Que lo que somos como humanos hable.

Cualquier libro está bien, cualesquiera palabras.

Es una noche de principios de mayo

y el invierno se está retrasando.

Voy a bañarme para poder dormirme

en medio de la llamarada del calor.

Pero antes abro un libro, cualquier libro,

y leo unas cuantas palabras

de un semejante que respira

el mismo aire que yo

o de alguien que hace tiempo ya es silencio.

Magia de las palabras: tocar por un instante,

una vez más, la noche de la tribu

y sentir el misterio que nos rodea y colma.

Y escuchar las palabras de ese alguien


que entiende, o entendió, o al menos hizo

su mejor intento por comprender

quién era él, qué es este asunto

de la vida.


De Notas de un viaje humano (inédito)

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