Versos Necios (Literatura)
Al preparar esta edición los
versos de Mario Zetino me invitaron a observar la melancolía a través del humo
de una taza de café y conectar con el monólogo internos de quien concluye sobre
la vida que transcurre en un círculo infinito que se devora y se nutre a si
mismo con su belleza y su cataclismo. Les invito a leer los Versos Necios de
este gran autor salvadoreño.
¿Has visto esa pintura de Masaccio
en la que Adán y Eva van llorando,
con el ángel de la espada de fuego
detrás de ellos, ordenándoles,
con su brazo celestial inflexible:
«¡Fuera de aquí!»?
Si alguna vez has visto esa pintura,
imagina ahora este escenario:
no el ángel expulsando a Adán y a Eva,
sino el humano e inflexible brazo
de uno de ellos
expulsando al otro del Jardín.
Alguna vez nos ha pasado, a todos,
esta visión que pinto:
tú muchacho, cubriéndote la cara,
por la que caen lágrimas que alguien,
no sé cuándo ni dónde ni por qué,
dijo que no debías llorar nunca;
y tú, muchacha, vivo rostro de Eva,
con un llanto que es el sufrimiento mismo,
porque no lo puedes creer,
no te lo puedes creer:
que él
que ella
nos haya echado del Paraíso.
Con su espada forjada
con ira del corazón,
con determinación afiladísima,
con palabras y silencios
de acero,
que cortan, como un corte en nuestra propia carne,
los lazos
y la voluntad.
Ahora, observa: en la obra de Masaccio,
un puritano les pintó unas hojas
a Adán y a Eva sobre el sexo.
Pero a nosotros —por suerte—
nadie puede escondernos de la desnudez
de nuestra súbita,
quemante vida propia.
De Notas de un viaje humano (inédito)
Yo soñaba con vivir en una ciudad.
Soy de una ciudad pequeña,
y, ya saben, en una ciudad pequeña,
no es que pase mucho.
Hace un par de años me salió un trabajo
de medio tiempo en San Salvador,
y me vine para acá,
lleno de sueños.
En esta noche abro mi cuaderno
—en esta noche en que igual que tantas noches
bien podría hacer números y tratar de saber
cómo voy a llegar a fin de mes—
y escribo.
En vez de otro desfile de números temidos,
yo escribo.
Escribo en este cuarto de alquiler.
Y mientras escribo,
me revelo ante mí mismo.
Me descubro viajero,
peregrino
en medio de esta ciudad,
en medio de esta San Salvador
fundada a la carrera hace 500 años,
para que los conquistadores que venían de Panamá
no pudieran reclamar como suyo el territorio.
Yo me rebelo
y aquí despierto
a que no vine sólo a trabajar,
a que vine
para vivir una vida humana,
una de las millones de vidas posibles en el siglo XXI.
Me descubro caminando entre millones de semejantes
con horizontes en los ojos y sueños en el corazón.
Me descubro caminando entre millones de semejantes
que poseen por derecho de nacimiento
la eternidad,
en un lugar de un mundo que palpita entre billones de estrellas
y cuya vida hoy
resplandece y peligra.
Tan sólo abrir un libro en cualquier página
y dejar que me diga sus palabras,
las palabras del mundo y de los siglos:
el asombro, el amor, todos los miedos.
Que lo que somos como humanos hable.
Cualquier libro está bien, cualesquiera palabras.
Es una noche de principios de mayo
y el invierno se está retrasando.
Voy a bañarme para poder dormirme
en medio de la llamarada del calor.
Pero antes abro un libro, cualquier libro,
y leo unas cuantas palabras
de un semejante que respira
el mismo aire que yo
o de alguien que hace tiempo ya es silencio.
Magia de las palabras: tocar por un instante,
una vez más, la noche de la tribu
y sentir el misterio que nos rodea y colma.
Y escuchar las palabras de ese alguien
que entiende, o entendió, o al menos hizo
su mejor intento por comprender
quién era él, qué es este asunto
de la vida.
De Notas de un viaje humano (inédito)
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