Poesía Interestelar: Perla Rivera (Honduras)
diseño: Elizabet Sicilia.
Coordinación General : Elizabeth Sicilia
Edición de textos : Josué Andrés Moz
Algo sobre mí.
Perla Lusete Rivera Núñez:
1982, Ajuterique, Honduras. Poeta, narradora, gestora cultural, docente y
especialista en Literatura por la UPNFM. Ha publicado: Sueños de origami,
Nudo, Antología Personale, Adversa, He sido un pájaro,
Arde en mi vientre, Cementerio de plumas, El abecedario del frío. La autora
ha sido publicada en numerosas Antologías y revistas de América Latina y
Europa.
Todas las rutas que diseñé en mi memoria
trascendieron el sitio donde existo.
He trazado en mi cuerpo un mapa
y en cada página del calendario dibujé armas distintas
adaptadas a cada golpe.
Aprendí de memoria este juego de laberintos
en el que se niegan las madrugadas
y se esconden debajo de la almohada
los picaportes de las ventanas
junto al permiso para concebir la sensualidad.
La única estrategia dominada
fue colocar una pared, soltar la mano,
y cubrirme lo vulnerable.
Reconozco que me he rendido a todos los vértices.
Cuatro en punto y se sonroja la madrugada.
Estallido que abastece nuestras venas
y crece como el río al que le sobra impulso.
Ni una sola brisa ha guardado el secreto.
El obsequio es cada partícula del tiempo
al que volvemos cada tarde
en que marcamos la hora con nuestros nombres y
seudónimos.
Me fui bebiendo la imagen de aquella niña
que tenía miedo al espejo
que pretendía negar el fuego
que su cuerpo cóncavo no era capaz de arrullar todas tus
tormentas.
La realidad ahora es nueva.
Hay matices en nuestros lienzos
y he descubierto que siempre hay color hasta para las
cerraduras de la
muerte.
La realidad nos está mordiendo
el rosado de las mejillas.
Abrimos los ojos cada mañana sin importar los abismos del
cuerpo.
La lluvia es vacía en mi ventana y el eco de un susurro
antiguo resuena como péndulo.
Se ofrece siempre el corazón, las manos, los brazos o el
alma.
Yo solo puedo prometer las piernas, las puntas de mis
cabellos, las uñas y los
espejos que germinan desde mis ojos,
pues crecí descalza y sé la dimensión de unos pasos seguros.
Sé asirme con las uñas a todo cuanto pueda ampararme.
Mis ojos parecen espejos que rasgan la angustia
y heme aquí recogiendo las plumas de mi conciencia
para decorar mi escudo.
Poco puede hacer una mujer sin voz
quizás dibujar caminos en el polvo de los objetos de su casa
u observar sus actos como descripciones apócrifas.
Poco podía hacer esta mujer sin un grito dentro,
confieso que me he encontrado.
Mi abuela contaba que mis antepasados cruzaron el océano,
la travesía histórica por el estrecho de Bering.
Mujeres misteriosas con cabelleras encendidas
y con una cruz de sacrificios envuelta en sus pañuelos
cuadriculados.
Les colgaban de su ropa mapas y brújulas
y tenían en sus trenzas grillos que cantaban jazz o algo
parecido.
Todavía se asoman sus caras en mis gestos,
son los Nenúfares azules en mis amadas fotos de Matisse.
Con todo el sentido común me iniciaron en el arte de la
premonición
me heredaron velitas blancas y estrellas de mar
y les debo cada letra de mi atormentado vocabulario.
Mi voz es ahora una llamarada que en algún momento sonará
como el jazz.
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