La señorita Nancy (Espacio de libre expresión)

 



La sensación

La señorita Nancy

 

Mi alma vive

poderosa y animada;

 participa en las pasiones

de los fantasmas

que se producen en ella.

Paul Valéry, El alma y la danza

 

1.

 

Si el científico se inicia en el estudio de la percepción inmediatamente se cruza ante él la idea de la sensación, que se le antoja inmediata y clara: siento lo azul –dice–,  lo verde, lo suave, siento lo áspero. La idea de sensación es, sin embargo, bastante confusa y al admitirla, se pasa por alto el fenómeno de la percepción. Hablar de una impresión o una sensación pura resulta impensable como momento de la percepción: no se puede hallar una impresión pura.

   A falta de una experiencia de la sensación,  Merleau-Ponty dice que lo visible es aquello que se capta con los ojos, y lo sensible aquello que se capta por medio de los sentidos[1]. Estos conceptos explicativos les sirven al fisiólogo y al psicólogo para la elaboración de un esquema teórico de la percepción, que difícilmente se adecúa a las múltiples variaciones experimentadas en condiciones diferentes por el aparato perceptivo. A propósito, continúa Merleau-Ponty: es inevitable el que, en su esfuerzo general de objetivación, la ciencia acabe representándose el organismo humano como un sistema físico frente a unos estímulos definidos por sus propiedades físico-químicas; trate de reconstruir sobre esta base la percepción efectiva[2].

   Esta serie de aclaraciones pueden parecer a simple vista innecesarias, pero basta con echar una ojeada a la historia de la psicología en particular, a la de las ciencias humanas en general y a la de la filosofía para darse cuenta de que la descripción de los datos psicológicos, sociológicos, históricos, en suma, las corrientes de información que se utilizan como cimiento para la construcción de la diferentes ciencias necesitan mantener siempre un nivel de adecuación entre el modelo de y las relaciones que se establecen entre unos elementos y otros.

   El mismo Merleau-Ponty es parte de una tendencia fenomenológica que, en palabras de Lyotard, constituye un esfuerzo por volver a aprehender al hombre mismo por debajo de los esquemas objetivistas de que lo reviste la ciencia antropológica[3]. Como representante legal de la corriente fenomenológica, Lyotard intenta reconstruir su significación histórica mediante una depuración de lo que para él puede rescatarse de la misma: es la recuperación comprensiva[4] de los datos neuro y psicopatológicos, etnológicos y sociológicos, lingüísticos, históricos, etc., y en la medida en que no constituya ni un grosero oscurantismo ni una eclecticismo carente de solidez teórica, responde bastante bien a las exigencias de una filosofía concreta[5]. Esta última como parte de un retorno a lo dado, al dato inmediatamente anterior a toda tematización científica. A todo desarrollo.

   La fenomenología no intenta desplazar las ciencias del hombre, sino dejar bien sentada su problemática, seleccionando así sus resultados y reorientando su investigación. En torno a esta orientación gira la problemática expuesta al inicio del ensayo con respecto a la percepción: de su correcta descripción la ciencia psicológica parte para examinar hechos psicológicos más complejos como la experiencia audiovisual a la que se enfrenta un espectador en el cine. No cabe aquí hablar con mayor detenimiento de los múltiples nexos entre psicología y fenomenología, pero resultará significativa la opinión que expresó el doctor A. Hesnard en una ponencia de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis con respecto a la influencia de la fenomenología:

   Por primera vez en la historia de la cultura, un movimiento filosófico, accesible al psiquiatra, afirma que la conciencia, vía intencional, es al mismo tiempo fuente de significación y de valor y medio del universo. Que todo ser humano piensa y existe, no en, sino por su medio humano. Doctrina esencialmente humanista, frente a la cual, la psiquiatría, ciencia del hombre, no podría permanecer indiferente.[6]

 

   No es posible continuar sin antes dejar sentado que habiendo dicho lo que se dijo con respecto al papel preponderante de la percepción en la experiencia de los objetos a la hora de descomponer el proceso sensorioperceptivo, no parece sensato irse por la vía fisiológica si lo que se pretende es explayarse sobre los resultados de la ciencia psicológica que profundiza en la vivencia que se tiene del contacto con material sensorial.

 

2.

 

La percepción no es, pues, una suma de datos visuales, táctiles, auditivos; yo percibo de manera indivisa con mi ser total, me apodero de una estructura única de la cosa, de una única manera de existir que habla a la vez a todos mis sentidos[7]. Posturas como la anterior y como la que reduce el aporte de la introspección en la percepción de los demás, son parte de la nueva psicología que Merleau-Ponty reivindica en la mayoría de sus textos. La nueva psicología es fácilmente asimilable a los cambios acontecidos en el seno de las ciencias naturales y las ciencias humanas en el s. XIX.

   El despliegue de las ciencias positivas, el desprecio generalizado por la metafísica y en su lugar un cultivo de la ciencia experimental, ampliamente inspirada en los descubrimientos de Lamarck y Darwin, todos estos factores terminaron poniendo al frente el problema de la medición, ligada particularmente al campo de la óptica y de la astronomía, pero que eventualmente se trasladaría al de la percepción[8].

   Antes de todo esto, la psicología clásica aceptaba que los “hechos psíquicos” como la cólera, el miedo, no podían ser conocidos directamente más que desde el interior y por aquel que los experimentaba.

   Por el contrario, empieza a ser cada vez más patente que cuando se llega a observaciones interesantes es debido a que la persona no se contenta en coincidir con sus sentimientos, sino que ha logrado estudiarlos como comportamiento, como una modificación de sus relaciones con los demás y con el mundo; y ello es porque ha conseguido pensarlos como se piensa el comportamiento de otra persona, comportamiento del cual soy testigo[9]. Siguiendo la argumentación de Merleau-Ponty, es necesario reconocer que la emoción no solo es un hecho psíquico, sino una variación de nuestras relaciones con los demás y con el mundo que es legible en nuestra actitud corporal. Los demás se le dan a la persona con evidencia como comportamiento.

   Desde que la psicología reconoció que el cuerpo y el alma del hombre no son más que dos aspectos de su manera de estar en el mundo, es posible extender los argumentos anteriormente esbozados a otro tipo de objetos culturales más elaborados y que se le presentan también a la percepción: ahora vamos con el cine.

 

3.

 

La película (o film) no es –al igual que el objeto no es percibido como una sucesión de datos sensoriales individuales– suma de imágenes, sino una forma temporal. A diferencia de otras formas de expresión artística, el cine recurre a la elaboración de comportamientos detallados que logran trasmitir al espectador, sin necesidad de muchas palabras y haciendo uso coordinado de los efectos sonoros y el intercambio de cámaras, una corriente de sentido asimilable como experiencia con otros.

   Pero además de esto, una película que aprovecha los recursos mencionados logra generar en el espectador una “ruptura del equilibrio sensorial”. Esta ruptura de equilibrio es el que juega un papel preponderante en la experiencia estética que es el cine: no se limita a ser una reproducción de escenas que podríamos encontrar en una corriente de vivencias particulares, sino que de modo parecido a como la novela, que en lugar de resumirse al lector, se extiende en diversos recursos, en silencios, en la elección de diversas perspectivas que le permiten proporcionar una experiencia completa y cargada de sentido, el cine le permite al creador buscar sus emblemas sensibles y trazarlos audiovisualmente.

   El sentido de la película emerge de manera similar a como emergen los gestos o los comportamientos de las personas. La disposición de los elementos es lo que logra este efecto[10]. El cine, en la mayoría de casos, no se remite a mostrarnos un cúmulo de vivencias externas para dar muestra de los pensamientos de los personajes, este último se desenvuelve mayoritariamente en una secuencia de acciones: resulta mucho mejor contemplar el miedo de un personaje viéndolo desde el exterior. Tanto para el cine como para la psicología moderna, los hechos psíquicos antes mencionados son conductas y forman parte de las interacciones subjetivas que establecemos con otros.

 

4.                                                                    ¿T i e n e 

                                                                  a l m a  e l 

                                                                      c i n e?

 

   La pregunta es curiosa y más en el contexto del ensayo, porque anteriormente se señaló que el cuerpo y el alma son solo dos aspectos de la manera en que el hombre tiene de estar en el mundo. Edgar Morin responde que sí tiene alma, y además dice que solamente tiene eso. No hay cuerpo aquí, y en la medida en que el cine logra proyectar el sentido planeado por el artista (ahora cabe hablar también de colectivos o de varios creadores trabajando en una sola pieza) consigue congelarse una porción de la humanidad que segrega la armazón de elementos audiovisuales. Como segregación de sentido el cine juega con la posibilidad de exaltar sentimientos o bien convertirse en el jardín cerrado de las complacencias internas[11]. El cine, como industria de productos culturales de consumo, responde a ciertas necesidades (que son las de todo lo imaginario, de todo ensueño, de toda magia, de toda estética) que la vida práctica no puede satisfacer. Para Morin, el cine cuenta con la especificidad de ofrecer una gama potencial de huidas y reencuentros con uno mismo que permiten tener el mundo al alcance de la mano. En este sentido, una técnica de reproducción de lo real, o para continuar lo que ya se dijo antes, una técnica reproductora de sentido ha pasado a convertirse en una técnica de satisfacción afectiva. Lo preocupante dentro de esto es que la estética, que el cine ha revolucionado, es ahora la gran fiesta onírica de la participación, en una etapa en que la civilización occidental ha conservado su fervor por lo imaginario, pero ha perdido su fe en su realidad objetiva.

 

5.

 

Si bien  hemos pasado revista rápida a los asuntos aquí abordados, conviene concluir rápidamente con la intención que late en el fondo de este ensayo. La fenomenología, como propedéutica de las ciencias humanas, permite esclarecer la manera en que los datos sensibles son asimilados por la percepción y cómo el desarrollo posterior de la ciencia psicológica permite, siempre montada sobre una comprensión originaria de la aprehensión de los datos, estudiar claramente los procesos intersubjetivos que se nos abren en primer momento gracias a la percepción del otro. De la correcta interpretación de esta intersubjetividad se pudo pasar fácilmente a la interpretación de ese otro con capacidades infinitas, hay que decir, que como ya vimos, representa el cine. De una propedéutica que va al encuentro de las cosas mismas a un encuentro cara a cara con una reproducción capaz de mantener suplidas nuestras necesidades afectivas. O como el Valéry del inicio del ensayo diría: mi propia máquina de fantasmas. Una imaginación alquilada. Una realización artificial. Un

escurrirse

de mi

   reali

       dad

             ob

                  je

                      t

                     i

                      v

                     a.

 

 

 

 

 

Bibliografía Consultada

 

®    Edgar Morin, El cine o el hombre imaginario, Barcelona, Paidós Comunicación 127 Cine, 2001.

®    F. L. Muller, Historia de la Psicología, México, Fondo de Cultura Económica, 1984.

®    J. F. Lyotard, La fenomenología del espíritu, Barcelona, Paidós Studio, 1989.

®    M. Mearleau Ponty, Sentido y sinsentido, Barcelona, Ediciones Península, 1977.

®    Maurice Merleau Ponty, Fenomenología de la percepción, Barcelona, Ediciones Península, 1975.



[1] Maurice Merleau Ponty, Fenomenología de la percepción, Barcelona, Ediciones Península, 1975, pág. 28.

[2] Ibíd., pág. 33.

[3] J. F. Lyotard, La fenomenología del espíritu, Barcelona, Paidós Studio, 1989, pág. 153.

[4] Gracias a una reflexión que es una recuperación descriptiva de la vivencia misma.

[5] Ibíd., pág. 153.

[6] F. L. Muller, Historia de la Psicología, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, pág. 544.

[7] M. Mearleau Ponty, Sentido y sinsentido, Barcelona, Ediciones Península Pág. 91

[8] Cfr. con F. L. Muller, Historia de la Psicología, págs. 360-363.

[9] M. Mearleau Ponty, Sentido y sinsentido, Barcelona, Ediciones Península Pág. 95

[10] Edgar Morin, El cine o el hombre imaginario, Barcelona, Paidós Comunicación 127 Cine, 2001, Pág. 103.

[11] Ibíd. Pág. 103.





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