Literatura


 

diseño: Elizabet Sicilia.

Coordinación General : Elizabeth Sicilia

Algo sobre mí.

Osvaldo Hernández Alas (Chalatenango, El Salvador, 1976). Poeta, corrector de estilo, diseñador editorial y editor. Director de Laberinto Editorial. Fue miembro del taller literario El Cuervo. Ha publicado los libros de poemas Parqueo para sombrillas (San Salvador: DPI, 2004), Parábola de los ríos (San José, Costa Rica: Perro Azul, 2015), Laberintos (San Salvador: Proyecto Libélula, 2017, 2021) y Sed de pez (San Salvador: Proyecto Libélula, 2021). Incluido en las antologías Trilces trópicos. Poesía emergente en Nicaragua y El Salvador (Barcelona: La Garúa, 2006), Cruce de poesía: Nicaragua-El Salvador (Managua: 400 Elefantes, 2006), Memoria poética. Festival Internacional de Poesía de Granada 2006 (Managua: Colección Festival, 2006), Apresurada cicatriz. Instantáneas de poesía centroamericana (México, D. F: Proyecto Literal, 2012), Segundo índice antológico de la poesía salvadoreña (San Salvador: Índole/Kalina, 2014), Torre de Babel, vol. XIII. Los quiméricos fucsia. Poetas nacidos entre 1970-1979 (San Salvador: EquiZZero, 2015), Quizás tu nombre falte (San Salvador: Zeugma Editores, 2016), así como en las revistas mexicanas Viento en Vela y Punto de Partida (13 y 157, respectivamente) y en la revista catalana Caravansari (5, Barcelona, 2014). Una selección de su poesía fue traducida al inglés e incluida en The Other Tiger. Recent Poetry from Latin America (Cardiff, Gales: Seren Books, 2016).





FANTASMAS

 

Todo es poner un pie en la casa

y revolverse dentro todos los olores.

Olores que han estado ahí,

en volutas de humo y vapores cítricos.

 

Jamás vive solo quien cree vivir solo.

Esas luces que de pronto se juntan como abejas

alrededor de luces mayores,

esas cosas que caen porque sí,

porque ayer debían ser cambiadas de sitio

y fueron olvidadas por su propia sombra,

el pan que uno creyó haberse comido

y que luego descubre al fondo del horno

como una pieza de Lego que no encaja nunca.

 

Ruge de la nada el ventilador,

se apagan los ojos detrás de una cortina inútil.

Todos esos olores son olores de alguien, no de algo.

Olores que cuentan sus propias historias.

 

No me pidas quedarte esta noche en mi casa.

No estaré solo, y no se irán nunca.

 

Por más que les diga que con ellos

ya he tenido suficiente.






DOCE

 

Cuida tu corazón de las enredaderas,

de la carnicería del amor,

de las brujas que lo secan

a golpe de salivazo oscuro.

 

Cuida tu corazón

como se cuida una herida de la sal,

como se cuida de las redes el cardumen,

como quien cuida a los hijos al cruzar el puente.

 

Cuida tu corazón por lo que vale,

por cuanto significa para el alma:

blanda semilla iluminada por la sangre.

 

Yo no sé si el corazón sea una herida, un cardumen,

o un puente para ir a tu encuentro cuando crezca el río.

Yo no sé si el corazón sea una presa,

o un cazador escondido tras la zarza.

 

Cuida tu corazón como quien cuida un secreto.

Porque tu corazón es la única isla

adonde soy capaz de nadar si naufrago.

 

Tu corazón es mi faro,

el viento que empuja mi precaria embarcación

a buen puerto,

y es, sobre todas las cosas, mi puerto.

 

Cuida bien tu corazón,

que yo defenderé mi puerto.

 

(De Biografía del Ángel de la Llovizna)




13

 

De alguna forma, también la soledad es un destierro,

y en su extenso letargo es que un hombre aprende a contemplar la lluvia,

lo que dice por lo bajo mientras cae,

lo que grita si se encuentra con el río,

los misterios que revela en altamar

a los hombres de mar.

 

En el corazón de estos arrecifes estalla otra vez el invierno,

y oscila desde el faro una luz ultrajada por el rayo.

Una luz solitaria como el hombre desterrado,

una luz solidaria con el hombre desterrado.

 

De alguna manera, también la luz nos acompaña en el destierro.

Bastan un hombre y una luz para duplicarnos en la sombra,

así como bastan un hombre y un estanque

para que alguien nos contemple desde el agua.

 

Por eso también, de alguna forma,

un hombre es la luz que lo duplica,

y la quietud del agua que lo refleja.

 

(De Laberintos)


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