La señorita Nancy (Columna de opinión)

 



La metáfora como herramienta política

Resumen ejecutivo. Aquí se entiende por metáfora ese mecanismo que posibilita la conceptualización y reconceptualización del mundo a través de símbolos, ideas que se trasladan de un terreno social a un terreno otro, donde el que brinda una versión adulterada del mundo es el sujeto que construye esa versión en base al abono conceptual de su propia afectividad y emotividad. Por esto mismo, la comprensión y producción metafórica depende más de la competencia comunicativa que lo que depende de la competencia lingüística, debido a que el sentido adoptado por ella depende del contexto comunicativo y no de la constitución morfológica sintáctica del enunciado.

 

Leyendo cuadernos de gente inteligente. Wittgenstein nos brinda en su Conferencia sobre ética (1997) la oportunidad de experimentar la desilusión sentida dentro de la jaula del lenguaje, aquella que nos imposibilita, dice él, el conocimiento científico de la ética que, sin embargo –y esto se dice aquí: no es vital para la experiencia política vista desde la perspectiva de Ernesto Laclau[1]–. Wittgenstein insiste en que ningún estado de cosas tiene, en sí, lo que denomina el poder coactivo de un juez absoluto. Pero por ejemplo, un sujeto, mostrando su experiencia más placentera (en este caso, mostrándola por medio del mecanismo metafórico) a los demás podrá empatizar con ellos por medio de la evocación de experiencias idénticas o similares a fin de tener una base común para una investigación que se propone desarrollar en torno a la realidad y su posible modificación. Del mismo modo ocurre en la educación, cuando el maestro se enfrenta al reto de conquistar la atención de sus estudiantes: de la efectividad del acto comunicativo depende la conexión intelectiva que pueda nacer entre los sujetos, imposible de lograr sin una especie de conocimiento diferente, se dirá en estas páginas, por el mismo hecho de tener límites y carecer de la capacidad absoluta de lograr lo deseado por el sujeto, contando con, sin embargo, como dirá Laclau (1987): “la relativa continuidad y capacidad de articular las mismas interpelaciones a discursos antagónicos (…) Las clases solo existen como fuerzas hegemónicas en tanto logran articular las interpelaciones populares a su propio discurso” (p. 228). Aquí, en contra del incapaz mecanismo metafórico de Wittgenstein, descubrimos su eficacia práctica a la hora de reunir diferentes discursos en torno a un discurso único que afirme y niegue, se exprese con respecto al mundo que habita, en función de la capacidad que el mismo mecanismo metafórico tiene para dotar de significado al mundo y torcerlo a voluntad, voluntad que cuando se encuentra plagada por la emoción y el cultivo espiritual es capaz de concretar las múltiples posibilidades que abre la utilización del lenguaje o de la metáfora en una situación comunicativa cualquiera.

 

Cerrando el libro pero sin olvidar que. Sin embargo, para enfatizar aún más la importancia de la situación comunicativa, es necesario volver de nuevo hacia una duda válida que Wittgenstein introduce en torno a la capacidad metafórica de instaurar símiles vacíos de contenido en lenguajes lógico universales, todo ello debido a que en la metáfora se sumen símiles de algo y, por tanto, si soy capaz de describir un hecho mediante un símil, debo ser también capaz de abandonarlo y describir los hechos sin su ayuda. La metáfora extiende su influencia hasta en discursos que dejando a un lado el símil, son incapaces de enunciar los hechos que se encuentran detrás de él. No existen tales hechos en el discurso ideológico que se sirve del mecanismo metafórico para definir una lógica que asimila el mundo contemporáneo sin cuestionamientos lo suficientemente fuertes como para suscitar un movimiento político alternativo al sistema. La metáfora, cuando intenta decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, no constituye conocimiento pero es un testimonio de una tendencia del espíritu humano que no puede ser dejada a un lado cuando se piensa el mundo: forzamos la jaula del lenguaje pero el intento es desesperanzador. No hay ciencia de lo que debería hacerse. La metáfora no puede ayudarle a la ética en ese falso anhelo de fundamentación del conocimiento moral. En el mundo nos enfrentamos contra la comunicación factual entre personas y la importancia de la metáfora a la hora de modificar el sentido de la realidad que tienen las personas, todo gracias al contexto en que se dio y cómo se dio el acto comunicativo.

 

 

 

 

___________________________________

Bibliografía

*

Laclau, Ernesto. (1987). Política e ideología en la teoría marxista. México: SigloXXI.

 

Wittgenstein, L. (1997). Conferencias sobre ética. Barcelona: Paidós.



[1] En contra de lo que a continuación dirá Wittgenstein, la postura de Laclau que parte del análisis semántico del concepto “populismo” y aquí, de los conceptos en general: “Pocos conceptos han sido más ampliamente usados en el análisis político contemporáneo y, sin embargo, pocos han sido definidos con menor precisión. Sabemos intuitivamente a qué nos referimos cuando clasificamos de populista a un movimiento o una ideología, pero encontramos mayores dificultades en traducir dicha intuición en conceptos. Esto ha conducido con frecuencia, a una práctica ad hoc: continuar utilizando el término en forma puramente intuitiva o alusiva y renunciar a cualquier esfuerzo por desentrañar su contenido (…) ¿cuáles son sus fronteras?” (p. 166), pregunta a propósito de los mismos límites agonísticos de Wittgenstein pero desde una perspectiva diferente al conocimiento absoluto: en política. 






Comentarios

Entradas populares