Narrativa Interestelar: Gabriel Aziz Loutaif (Argentina)

 Cerramos el mes de febrero con el cuento Mínimamente un café del autor argentino Gabriel Aziz Loutaif. Esta historia te mantendrá en suspenso hasta llegar a su inesperado desenlace.



Algo sobre mí

   Gabriel Aziz Loutaif  nació un 22 de diciembre de 1961 en la ciudad de Córdoba. Cursó sus estudios secundarios en el colegio Nacional Deán Gregorio Funes. Desde su infancia era ostensible su afinidad con la creatividad.  Estudió arte dramático con Miguel Iriarte en La Escuela de los Siete. Desde ese lugar, desde el desconcierto y las turbulencias del azar, descubrió enfáticamente su vocación por la escritura. Concurrió a diversos talleres literarios como por ejemplo, la SADE (Sociedad Argentina de Escritores). Se sintió avasallado por: Machado, Lorca, Marechal, Arlt, Borges, Sábato, Neruda, García Márquez, Stevenson, James, Dostoievski, Tolstoi; hasta que descubrió los existencialistas como  Nietzsche, Heidegger, Sartre y Camus.  Su primer libro es de poemas, Regresando Imágenes, publicado en 1986. Posteriormente escribió una obra que consideró débil, poco significante, por lo cual  no fue publicada. 

   Años más tarde finalizó una novela de amor titulada ¿Alguien vio partir a Elías Massud?, publicada en 2006, la que sin lugar a dudas le remite a ciertas reminiscencias autobiográficas, tales como sus orígenes ancestrales libaneses, el desarraigo, el choque témporo espacial por la diversidad entre ambas culturas  y, la conflictiva adaptación a otra lengua y otras costumbres. En efecto, ha narrado la historia de una familia libanesa que después de experimentar un episodio trágico con el progenitor, decide emigrar a la Argentina y radicarse en una ciudad serrana como la de Alta Gracia a principios de la década infame. Esta novela nos propone un viaje a la época en que un hombre y una mujer sólo podían enamorarse si se miraban directo a los ojos, sin que mediase, como hoy, lo virtual; y cuando trabajar era motivo de orgullo además de una necesidad. 

   Como expresa Gabriel Loutaif…, “he conjeturado los rigurosos paralelismos ancestrales que si bien, transfieren sustancialmente del autor hacia el personaje central relevantes confidencias personales, no lo son del todo autobiográficas. En  2010 ganó el primer premio de cuentos, El Meridiano de la Palabra, en Paraná, Entre Ríos; otorgado por la Sociedad Argentina de Escritores con su obra  titulada, Su Pasión por Renoir. En el mismo año  participa en la elaboración, compilación y  publicación del  libro Nosotros (antología poética) en la ciudad de Buenos Aires.  Siempre en su línea férrea como autodidacta incursionó con especial interés en el psicoanálisis, la neurosis, el inconsciente, la histeria y La Tragedia Edípica, como una de sus obsesiones centrales, lo que influyó indiscutidamente sobre la dialéctica de su segunda novela, El Hombre Postergado, publicada en 2012. De tinte psicológico, donde subyacen traumas categóricamente inherentes al hombre existencial y sus crisis, revela verdaderos fantasmas. El autor reconoce que el hombre se enfrenta a un gran problema ontológico. En efecto, se avizora una dualidad entre la pasión del querer ser y la exigencia que le impone violentamente la educación, el mandato socio-cultural. El deber ser estalla en una crisis cuando el sujeto inusitadamente un día despierta y se pregunta: ¿Por qué existo? ¿Acaso esta existencia me subordina y condiciona a ser el hombre que nunca quise ser? ¿Quién soy si no puedo ser el hombre que siempre soñé ser? ¿Debo alienarme neuróticamente a esta abrumadora existencia? Entonces comprende concienzudamente que la vida, a pesar de las reiteradas visitas a la locura, es un largo y endeble aprendizaje.

 Gabriel Aziz Loutaif, vive en la ciudad de Córdoba, Argentina. 

   Actualmente está escribiendo un libro de cuentos.



El salón de la Biblioteca Córdoba parecía resplandecer, puesto que entre periodistas locales y personas seguidoras de sus obras estaba atestado de gente hasta incomodar la respiración. El escritor Luca Bongiorno, psicoanalista reconocido y hombre apasionado a las letras, estaba finalizando su discurso acerca de su última novela titulada, Las Zonas Oscuras de tus Entrañas. No era la primera novela, por cierto, la que lo había llevado meteóricamente al éxito. Pues había sido rechazado por todas las editoriales del país desde sus comienzos, y su angustia arrastrada, que sumada a otras experiencias, se veía reflejada en su mirada, al margen de que cuando se inició la presentación, trató de poner lo mejor de sí mientras recreaba algunas intromisiones de sus libros anteriores que ya había alcanzado a escribir algo más de una docena. Meneó su cabeza encanecida por los años con un dejo de impotencia y desmesurada felicidad al mismo tiempo; como si quisiera reivindicar el esfuerzo insistente de sus trabajos y revalorizarlos, por supuesto. ¿Acaso las emociones lo habrían traicionado entre dicotomías, pulsiones inusitadas de euforia y gestos que no pudo reprimir ante un público que lo oía con ostensible amabilidad?  Había vivido con el fantasma de morir y de no poder concretar su sueño. Sin embargo, los laureles y el reconocimiento social y académico los podía experimentar en vida. Era inexorable. ¿Quién podría discutir la trayectoria y el lugar encumbrado que lo posicionaba  entre las más altas esferas de la literatura y de los cenáculos? Sus obras se estaban traduciendo a más de treinta idiomas. De distintas universidades del mundo, lo invitaban a conferenciar al ilustre Luca  Bongiorno. Arribando al final del discurso, se quitó los anteojos, con su pañuelo blanco dándose golpecitos en la frente alcanzó a secarse la transpiración, producto del sofocamiento y el estrés que suelen generar estos eventos, y entre aplausos seguido por el continuo efecto de los flashes, el señor menudo de la fila tres que lo observaba con aparente admiración, le preguntó:

-¿Acaso usted, señor, piensa que su obra podría ser autorreferencial?

 Enfocando su mirada hacia el señor menudo de la fila tres, Bongiorno, que a lo largo de sus años había atravesado por muchísimas entrevistas y estaba acostumbrado a responder preguntas muy similares, en un tono muy doctoral, admitió:

-Claro que sí. Más allá de lo literario, todo lo que hacemos en la vida es autorreferencial. Las circunstancias que nos tocan vivir, no son casuales. Son inherentes a todos, y a un todo, porque de alguna manera nos atañe, por más que lo sintamos impropio. Con esto, no estoy afirmando que mis obras son estrictamente autorreferenciales. Así mismo, agrego que la crianza, la educación, la persona que amaremos, o al menos, la que creemos que amamos y que también pensamos que nos ama, el propósito que tenemos que no siempre es claro, en algún momento serán un punto de inflexión en nuestras vidas. ¿Y qué podrá sobrevenir sino una crisis existencial? Todo está relacionado, por eso, y desde mi punto de vista, pienso que lo autorreferencial, aunque suene presuntuoso, está ligado a  nuestra existencia. Las personas que nos cruzamos a diario que no conocemos, pero que al observarlas a los ojos, una voz interior nos avisa que hemos estado con ellas en otras dimensiones, en existencias remotas. Aunque parezca descabellado, pienso desde mi punto de vista que es subjetivo, que en efecto es porque estamos conectados y nuestra mente racionalista se niega a entenderlo por temor a perder el juicio.

Un hombre anciano de la fila siete, de buen talante levantó la mano. Aguardó hasta que Bongiorno le hizo una seña para que preguntara lo que le plazca o se expresara a sus anchas.

-Con todo respeto, le quiero preguntar algo. ¿Está usted seguro con su postura, ya que otros autores se han manifestado en discrepancia con usted? Opinan que pueden ser objetivos después de haber escrito el tercer o cuarto libro. Algo entendible, como si la carga emocional de su ámbito, me refiero a su familia, el contacto con la sociedad, pudiera quedar reflejada autorreferencialmente al principio de su carrera. Y después, claro, desprenderse de lo autorreferencial para ser más objetivos. 

Bongiorno asintió con un leve movimiento de cabeza, luego carraspeó su garganta y se aprestó a decir:

-Bueno. Nadie podría tener una teoría absoluta sobre este tema. Y ningún otro, lógicamente. Es solo mi opinión que pueden tomarla o dejarla. Entiendo las discrepancias de mis colegas. Pero sostengo, que aunque algunos autores no lo reconozcan y lo sientan superado, considerando que el nudo de sus obras nada tiene que ver con sus vidas, desde el inconsciente y los arquetipos, se verán reflejados la trama, los estados de ánimo de los personajes, el desarrollo, las dudas, las crisis y todo un compendio de estados mentales que a simple vistazo no lo advertimos. Pero si profundizamos exhaustivamente, nos daremos cuenta que esa obra, que en apariencia no conecta con su historia, el génesis remite a las circunstancias del aquí- ahora del autor, a su herencia genética, a sus pasiones. Los escritores percibimos cosas que a nosotros mismos nos cuesta creer. Experimentamos cosas especiales, como por ejemplo, observar a una pareja sentada en un bar, hablando vaya a saber qué cosas, y posiblemente se nos ocurra crear el nudo de una novela. No sé cómo explicarlo con mayor claridad, pero estamos propensos a percibir más desde lo emocional, sensaciones, estados anímicos, colores que no sé si existen. Bueno, no quiero explayarme tanto sobre este tema.  

-Disculpe.- Interrumpió de mala manera el señor menudo de la fila tres con bastante sorna- ¿Usted por ser escritor se cree especial?-

Bongiorno se volvió a quitar los lentes y parpadeó con perplejidad. Luego miró a su editor que estaba justamente sentado a su derecha. Sacudió su cabeza negativamente y con cierta muestra de indignación, le respondió:

-No, señor, jamás me sentí especial por ser escritor. Es cierto que este oficio de escribir me causa muchas alegrías, pero en distintas circunstancias me ha frustrado hasta angustiarme. Bueno, los escritores somos falibles, después de todo, los seres humanos lo somos también. ¿Y qué somos nosotros sino seres humanos que reinventamos nuestras vidas en los personajes que ilusoriamente creamos y nos proyectamos para salirnos de la monotonía o la mediocridad de la existencia?  Somos mentirosos porque la adversidad nos llevó a hacerle creer a nuestro ego que somos talentosos y a veces no es cierto. Claro que no. Mentimos descaradamente al escribir una historia para tratar de convencer a los lectores que lo que están leyendo es cierto. Nos gusta generar fascinación a través de la literatura. Lo admito, claro, es una lucha constante con el ego, más allá de mi pasión literaria. No obstante, es tan duro sobrevivir como escritor, que aunque carezcamos de talento, tratamos al menos de convencernos de que sí lo tenemos.

Hubo un repentino estallido de risas y aplausos, hasta que el señor menudo de la fila tres, con enfática preocupación, volvió a interrogar:

-¿Entonces, a qué conclusión quiere llegar? 

-A que como exalta la ciencia, sin hacer demasiados análisis, somos el resultado de nuestro pasado. Somos biología, naturaleza, concatenación de emociones y sentimientos que se condensan y fluyen en nuestro ser. Nos desconcertamos muy seguido, porque en el fondo somos duales; algo así como esponjas absorbiendo todo tipo de situaciones y dificultades. A veces la vida nos lleva por caminos adversos, entonces aflora la dualidad y el sentido común que podría variar dependiendo de las circunstancias. Ya sea desde la alegría de ver un hermoso atardecer cuando estamos enamorados, hasta cuando cae el ocaso y la noche substancialmente se apodera de nuestra soledad porque hemos perdido a nuestro amor.

-¿Pero qué tiene que ver con lo que está diciendo antes, cómo lo conecta?- preguntó el señor menudo de la fila tres. 

-Escuche atentamente. Habría que analizar a esa persona que está atravesando por una crisis amorosa, o un duelo, qué sinsabores siente, cómo fluye la melancolía en sus emociones, qué y cómo percibe la realidad para mantenerse  plantado en la tierra bajo esas circunstancias.  ¿Así como amó a esa persona, acaso no pudo haber pergeñado vengarse porque sintió que fue traicionado? Hay casos que se llega al asesinato. ¿Entienden cuando me refiero a la dualidad? Otro caso podría ser la de un policía que ayuda a un anciano a cruzar la calle porque lo conmueve por el riesgo que significa verlo enfrentar el peligro. Por otro lado, nos podemos enterar que ese mismo policía junto a otros uniformados, liberan una zona para que un narcotraficante venda drogas. ¿Es contradictorio? Claro que sí, totalmente. Pero todo tiene una explicación. Cuando el policía vio al anciano, hizo una transferencia con su padre, entonces, más allá de su solidaridad, que vale por supuesto, simbólicamente ayudó a cruzar la calle a su padre. Esta dualidad, entre otras cosas, explica sus zonas obscuras.

El hombre menudo de la fila tres lo observó alterado, como si comenzara a recordar momentos que hubiese preferido olvidar para siempre, y a sembrar odio hacia Bongiorno. El público asintió pensativo, como si se sintieran reflejados en ciertos pasajes de sus vidas. Un joven muchacho con apariencia de ser un estudiante de psicología o a una carrera a fin, sentado en la fila cuatro, levantó su mano. Preguntó:

-¿Y las personas que en apariencia son integras, adineradas, cultas, se las percibe felices, pero por alguna razón caen en la desesperanza? ¿A qué atribuirla, a que muestran una fachada, a que despliegan el personaje que habita en ellas para tapar lo que son verdaderamente, o a cierta pulsión de muerte como refiere Freud?

Bongiorno abrió sus ojos con cierta perplejidad. No se había equivocado cuando percibió que el muchacho sentado en la fila cuatro era un estudiante de psicología. De todos modos, que el muchacho hubiese mencionado pulsión de vida o de muerte, no le daba certeza de que fuera un estudiante de esa carrera. Asimismo, por unos instantes se alegró mucho de que pudieran interactuar con cierto grado intelectual, y que la charla fuera más amena; pues, lo veía curioso, interesado en aprender, analítico, y él consideraba a este tipo de personas como verdaderos seres inteligentes.

-Buena pregunta.  Su interés ronda o se interesa hipotéticamente sobre alguien que  en apariencia es feliz, y no sabe cómo atribuir la desesperanza. Bueno, a distintas posibilidades. Podría ser un tipo de depresión, tal vez. La pérdida de un ser querido, perder a su pareja, o hacer una crisis existencial, vaya a saber las razones.  Pero deseo volver al tema dualidad que yo en lo personal lo conecto a todo. Le aclaro, no por poseer dinero, alto nivel cultural y llevar una vida prospera quiere decir que alguien es feliz. Hay que conocer su historia, sus pasiones, sus logros o fracasos, su lugar en el mundo para clarificar intrínsecamente su problema existencial. Se habla mucho de las pulsiones de vida, Eros, y de muerte, Tanatos, pero Freud habla también de la pulsión de poder. Se me ocurre, por dar un ejemplo, que una persona que es hijo de un hombre muy poderoso, podría tener una vida placida, viajes, estudios en universidades extranjeras de prestigio internacional. Ahora por lo general, estos hijos bendecidos por el dinero, no desarrollan un vínculo demasiado afectivo con sus padres. Y si ocurre es muy llamativo. 

- Siempre aludiendo mis preguntas al título de su novela. ¿Está afirmando que el hecho de ser rico sería nocivo para las personas?-Interrogó el muchacho de la fila cuatro.

-No tengo nada en contra de la riqueza. Hay ricos que son felices. Depende de la educación que hayan recibido. Lo que quiero dejar bien en claro, es que lo material trae comodidad, bienestar, sin embargo, nunca va a sustituir al amor. A veces, o en realidad en muchos casos, el poder nos deshumaniza. Un padre poderoso, tarde o temprano le transferirá su proyección de vida para que lo imite, o tal vez para que lo supere. Depende de quién es el padre, qué quiere para su hijo, qué intenciones tiene. ¿Lo dejará ser o lo manipulará para moldearlo a su manera?

-¿Qué quiere decir con esto?-interrogó el muchacho. 

-Es muy amplio el tema a desarrollar. En este caso lo está presionando a ser alguien que posiblemente no quiera ser. Existen distintas variables, ya que por cierto, no nos podemos quedar analizando un solo estereotipo. Hay ciertos padres narcisistas que humillan constantemente a sus hijos y los convencen de que son unos idiotas. No me cabe duda. Son manipuladores. Dependerá de su hijo cómo manejarse en la vida para construir su personalidad con  su narcisismo herido recargado por el perverso narcicismo de su padre. Es muy posible que su hijo se convenza de que es un idiota y no llegue a construir la vida deseada. No nos olvidemos que la educación y los afectos en los vínculos se transmiten de generación en generación. Un cúmulo de pulsiones de poder podría ser peligroso para la psique, ya que esta pulsión es violenta.  Corremos un alto riesgo de convertirnos en psicópatas o en monstruos atrapados en nuestro narcisismo. 

- Disculpe por mi insistencia sobre el título o parte de la trama.- dijo el muchacho de la fila cuatro. ¿Nos podría adelantar algo? Estoy bastante intrigado señor Bongiorno.

- Desde luego que sí. Sobre el título de mi novela y algunas inferencias le podría adelantar algo. Considero, como ya dije antes, a mi parecer, que el hombre es dual. En ese punto, refiere a través de los personajes pensamientos perniciosos. Las miserias humanas como el odio, el rencor, la envidia, el resentimiento, la desesperanza, los desequilibrios que nos inducen a estados sórdidos que nos podrían llevar  al suicidio, o al homicidio. Claramente se contraponen con los buenos pensamientos, la empatía, el amor, la comprensión, la generosidad. 

-Entonces, ¿la dualidad a la cual se refiere, cómo la enfocaría considerando que el sujeto ya formó si se quiere su personalidad?-interrogó el muchacho

-La personalidad podría constituir un personaje que  muestra a la persona más o menos tal cual es, o tal vez no. Consideremos que  siempre subyacen factores que nuestro mecanismo de defensa los mantiene ocultos, o actúa dependiendo de las distintas variables que atraviesa el sujeto con sus circunstancias. La ambivalencia afectiva, como por ejemplo: te quiero pero a veces te odio. A veces siento muchísimas ganar de matarte, pero me abstengo y me quedo pensando por qué no puedo concretar mi deseo. ¿Serán los afectos o la estructura moral lo que a veces mantienen frenados los deseos de matar, pero aun así siempre corriendo el riesgo  de que la pulsión de matar estalle?  Así les pasa a ciertas personas, más allá de que nunca crucen esa barrera.

- ¿Nunca la cruzan, señor Bongiorno, está usted seguro de eso?-preguntó el estudiante de psicología de la fila cuatro.

-A veces sí. En la mayoría de los casos afirmo que no. Como si en nuestras cabezas cohabitaran distintos seres que le hablan al yo  y lo quisieran desestructurar. Suena esquizofrénico lo que digo, ya que la estructura yoica lucha constantemente contra estos personajes a veces temerarios. La pulsión de matar está latente en todas las personas. Un jefe maltratador, humillador, está cometiendo un homicidio psicológico, como lo explica un colega en su tesis doctoral. Está generando a que una buena persona cansada de sus descalificaciones o maltratos, algún día se brote y lo asesine a martillazos en la cabeza. Es muy simbólico que sea en la cabeza. ¿Se dan cuenta lo que es destruir la autoestima? Por eso nos enteramos en los periódicos que una mujer tras treinta años de matrimonio, mata a su conyugue de un escopetazo cuando el hombre está durmiendo indefenso. No quisiera justificar a nadie, ni hacer apología de un crimen, ¿pero se imaginan el maltrato que padeció esta pobre mujer durante aquellos años? Y viceversa por supuesto, también hay mujeres que maltratan a los hombres, pero esto se da con menor frecuencia. Dependemos de la consistencia moral y el vínculo que se produce con la neurosis que a veces no alcanza, de las circunstancias y de nuestros estados anímicos para ver cómo vamos a reaccionar. Me pregunto: ¿los frenos inhibitorios actuarán, o dejarán abiertos a estos personajes al libre albedrio? 

-En definitiva,- adelantó el muchacho de la fila cuatro- somos una bomba de tiempo, o una caja de Pandora. Cada ser humano es un universo para analizar.

-Claro que sí, y siempre remitiéndonos a su historia, a sus antepasados. No es normal matar, pero no me sorprende de que cualquiera lo haga, más allá de que ese cualquiera pudiera estar fuera de sus cabales o no. La línea es muy fina. En efecto, hay casos extremos, situaciones especiales en la que reaccionamos por un imprevisto que nos ubica entre la espada y la pared. También habría que considerar a personas con problemas emocionales, al lugar que hoy ocupa este ser misterioso de apariencia normal, que camina meditabundo con sus silencios por la misma vereda que podríamos caminar nosotros, que se sienta en el mismo banco de la iglesia, y a veces, no nos damos cuenta de si está en paz, o si está por brotarse de un momento a otro. De todos modos, quiero aclarar algo. No existe la normalidad y mucho menos en estos tiempos.

La señora de la fila ocho vestida de traje beige le preguntó:

- ¿Pero por qué dice eso? Me asusta mucho. Ahora que lo pienso, me daría mucho miedo salir a la calle y ser sorprendida por alguien con esas semejanzas.

- No se asuste tanto. Vivimos una ilusión de invulnerabilidad porque creemos que no nos va a pasar nada. Pudimos estudiar una carrera, trabajar, casarnos y crear una familia. Nos aferramos a una religión que nos dice que al morir vamos a estar con Dios. Construimos un estereotipo que seduce socialmente y nos permite vivir con cierta armonía. A pesar de todo, en el fondo sabemos que la vida es corta y que en algún momento vamos a morir. Nada nos da la certeza absoluta de que ese Dios salvador existe, y que tras la muerte nos dará vida eterna o el paraíso que tanto anhelamos. Tampoco nada nos da la certeza de que vamos a estar sanos mentalmente. Vemos a personas que antes de envejecer, comienzan a olvidarse del presente y sólo registran el pasado, a perderse, ya sea demencia senil, u otra patología, pero hacemos transferencia y nos asustamos mucho.

-¿Por qué hacemos trasferencia?-volvió a preguntar el muchacho de la fila cuatro.

-Porque somos seres humanos y se produce un fenómeno al vernos reflejados instintivamente en nuestros ancestros. Somos conscientes que la herencia genética de alguna manera podría afectarnos. Todos, absolutamente todos, de alguna manera estamos un poco tomados por la locura. Aun así, a pesar de las distintas adversidades, pienso que vale la pena vivir la vida lo más provechoso que se pueda. Por algo estamos, permanecemos, planificamos, construimos, porque sin lugar a dudas, algún sentido tendrá nuestra existencia, la vida es una experiencia maravillosa. Al menos ese es mi pensamiento y espero sostenerlo en el tiempo. 

Se sintieron fuertes carcajadas y comentarios entre el público, como si hubieran recordado escenas dramáticas en sus familias, ya que este escritor de buenas a primeras, les recordaba que la locura es inherente a los seres humanos. Y nadie absolutamente estaría exento.

El estudiante de psicología de la fila cuatro, levantó una mano:   

 -Ahora, pregunto, quizá cambiando un poco de rumbo estos aspectos tan interesantes y asociados al hombre. Considerando la educación, la manera de transmitir los afectos, me refiero de padres a hijos, ¿por qué a veces lo aparentemente feliz podría resultar un signo de desesperanza?

Bongiorno admitió con una sonrisa:

-Podría serlo, claro que sí. Todo es relativo. Creo que se trata de encontrar un equilibrio. No es tan fácil, ni tan difícil. Los padres que abrazan y besan a sus hijos diariamente demostrándole su amor, su comprensión, su apoyo, y les refuerzan sus capacidades y talentos, siempre con respeto y autoridad, no autoritarismo, están sembrando a un ser virtuoso. Cuando los dejan elegir sus carreras con libertad para que se desarrollen, más allá de los logros obtenidos, no tienen que preocuparse tanto por el futuro que les depara sumado a las circunstancias por venir. Saben en el fondo que la integridad forjada desde los afectos, desde la educación, desde lo moral, al percibirlos fuertes los hará batallar cualquier adversidad.  La cosecha probablemente será maravillosa. 

El señor menudo de la fila tres revoloteó sus ojos con cierta malicia. En un tono grotesco, gritó:

 -Dice que no se siente especial, pero admite que es talentoso, o que cree que se tiene que convencer de que es talentoso. Resulta muy contradictorio su discurso, señor Bongiorno. Confunde a este pobre muchacho relativizando todo. Pulsiones, y un mequetrefe de disparates psicoanalíticos que mama mía. Entiendo, usted como psicoanalista los puede manipular, pero no a mí, no soy un idiota. Yo soy un hombre bastante inteligente. Hay que ser muy tonto para no darse cuenta que la frustración, los objetivos no alcanzados producen infelicidad. La frustración nos desquicia, la autoestima se destruye y relegamos todo a un sinsentido.  

Bongiorno lo oía pensativo, como si fuera un paciente más al que hay que prestarle demasiado la atención y dejarlo que se exprese en el consultorio. Este hombrecillo tenía sus razones para afirmar lo que estaba diciendo; lo lamentable, lo torpe y burdo, eran sus maneras resentidas de expresarse.

-Claro que entiendo lo que es la frustración.- respondió Bongiorno.- Estas emociones aplastan a los más débiles y podría deprimirlos o hacerlos enloquecer, y a los más fuertes convertirlos en mucho más fuertes de lo que son, señor, pero continúe, por favor que está muy interesante la charla a pesar de lo irónico e irascible que está usted. Le advierto que esta gente es pensante. No son idiotas como usted trata o destrata a estas personas.

- Eso se verá ya más al final. Menos mal que lo entiende, Bongiorno, o eso creo. Aun así, ¿usted analizó lo que acaba de decir? Escribe para salirse de la monotonía o la mediocridad de la existencia. ¿Entonces está admitiendo que las personas que no escriben son mediocres porque son quizá trabajadores, personas comunes, que deben llevar el pan de cada día? ¿Acaso no es un insulto al público que vino a ver a un escritor consagrado, como lo demuestra la realidad, seguramente, y nosotros como tontos esperamos honestidad y sabiduría de su parte? Por favor, trate de ser más claro señor Bongiorno.  

La señora rubia de la fila cinco, gritó:

-Deje de molestarlo, por favor. Nunca vi a alguien tan despiadado y cínico, señor. ¿Después de todo, quién es usted para interrogar o poner en tela de juicio al señor Bongiorno que ha puesto tanto esmero en ser claro con nosotros? No es para nada justo en la manera en que usted se dirige a un escritor que no alcanzan las palabras para ovacionarlo. Deje de molestarlo y cállese la boca, maleducado.

Un hombre de contextura grande y cara de caballo sentado en la fila cuatro lo miró furioso al señor menudo de la fila tres. Sentenció:

-Me estoy conteniendo para no darle una paliza. Contrólese o perderé los estribos. Si no le he golpeado, es sencillamente por respeto al escritor que admiro tanto. Nadie se merece este descaro y mucho menos en el día de la presentación de su novela. 

Se produjo una bulla entre miradas atónitas y de indignación, hasta que se hizo un silencio en la sala.  Bongiorno lo miró con cierta dureza pero logró mantener la templanza. Hizo una señal con la mano para apaciguar los ánimos, y dijo:

-Es usted una persona por demás agresiva. ¿Se dio cuenta que alteró al público?

El señor menudo de la fila tres sonrió con bastante malicia y contestó despectivamente: 

-No me importa si el público está alterado. Parece que a nadie le interesa oír la verdad. ¿Después de todo, tanto alboroto por decir lo que pienso? ¿O acaso está mal decir lo que uno piensa si íntimamente sabe que está muy cerca de la verdad? Ahora tengo que soportar a una gallina loca que me reta, y que un matón me amenace con darme una paliza. Por favor, esto es inaudito. Un lugar de la cultura como lo es este sitio se podría convertir en un campo de batalla. 

Bongiorno lo miró pasmado.

-Señor, usted provocó esto. Le pido por favor que no le falte el respeto a nadie y menos a una dama. Está muy lejos de decir verdad. ¿Además, quién podría afirmar que algo es verdadero? Que nos aproximemos hacia algo verdadero, estoy hipotetizando, aclaro, tal vez tenga verosimilitud.  Si usted realmente pensara con aplomo, si analizara sus preguntas o acotaciones  antes de largar sus juicios tan presurosos, no estaríamos hablando en estos términos ¿se entiende?

El señor menudo de la fila tres sonrió con cinismo. Dijo:

-La verdad es que no lo entiendo. ¿Cómo podría entenderlo si está lleno de contradicciones? 

- Entonces no entendió absolutamente nada. Ahora bien, volviendo a su pregunta incisiva, ¿qué le puedo decir? No me referí en particular a nadie, excepto a mí y a unos cuantos autores amigos que coincidimos cuando expliqué que escribo para salirme de la monotonía o de la mediocridad. Me hace bien escribir, me siento pleno. Sin embargo, sería absurdo de mi parte afirmar que escribir sea satisfactorio para la generalidad. Cada uno experimenta lo que siente, lo que busca y lo que le toca. Además, confieso abiertamente que me he sentido mediocre en distintos momentos de mi proceso de escritura y otros aspectos que no vienen al caso porque son de índole personal. No sé si queda claro, lo dije por mí en este caso, más allá que hayamos coincidido con algunos autores amigos.

-¿Pero acaso usted no se siente talentoso?-repreguntó el señor menudo de la fila tres.- Por momentos es tan ambiguo que me cuesta creerle. ¿Es talentoso o cree que es talentoso? ¿Ya se convenció ahora que logró el éxito, o necesita ganar el Nobel para convencerse? Usted anhela los laureles de la academia sueca. Juraría que sueña salir en todos los periódicos del mundo, sólo por orgullo. Vamos, diga la verdad, no me gusta la humildad fingida. Estoy harto de tanta hipocresía. Usted se ha referido a la dualidad, entonces le pido que sea consecuente en sus palabra y actitudes.  

Bongiorno sonrió algo cansado. Explicó:

-De ganarlo, por supuesto que lo aceptaría con muchísimas ganas, ¿por qué no? Ahora,   ¿creerme talentoso?, ¿qué importancia tiene? Tal vez lo sea o tal vez no. Pero admito que debo creer en mí, ya que después de todo, ¿qué tiene de malo creer en uno mismo? Al muchacho no quise confundirlo. Solo  respondí sus preguntas. Lamentablemente no tengo el secreto de la felicidad. Pero cuando se llega a formar un criterio, es porque se ha analizado y relativizado hasta el cansancio el nudo de la cuestión al respecto. Solo soy un escritor que ha venido a presentar un libro. 

-¿Sabe qué pasa?- interrumpió el señor menudo de la fila tres- Pareciera que se siente por encima de todos. Que haya tenido suerte en la vida, no lo pone en un plano superior a nadie en lo absoluto, señor Bongiorno.

-No me siento por encima de nadie, es un disparate, por Dios, ojalá que esto no me ocurra jamás. Soy tan falible como la mayoría de las personas que caminan por este sendero de la vida y que muchas veces nos cuesta entender dónde estamos parados. Hay algo que es muy cierto. Me gusta hacer las cosas bien, soy bastante perfeccionista. Bueno, en fin, ¿alguien más quisiera preguntar algo?-Y miró hacia el público con expectación. Luego asintió con un leve movimiento de cabeza con muestras de gratitud y concluyó:

-De lo contrario estoy muy agradecido por su presencia. Quisiera ir cerrando porque nos pasamos en la hora. Los encargados de este lugar se tienen que retirar. Realmente, muchas gracias por haberse tomado la molestia de acompañarme en la presentación de esta novela. Nunca sucedió un acontecimiento que se proyectara  tan extenso. La verdad que no. Pero cabe destacar que creo que esto sucedió de esta manera porque se puso muy interesante el desarrollo de la charla. Lamento si este encuentro pareció más inclinado hacia lo psicológico que a lo literario, pero existen razones para sustentarlo de esta forma. Además, ambos factores están muy relacionados. Debo admitir que fue muy significativo ahondar en este terreno de lo obscuro para conocer esas zonas que nos cuesta tanto admitir y que por momentos somos participes voluntarios. Es de buena madera  concientizarnos más de los valores que aún tenemos y ojalá que nunca, pero nunca  se pierdan. Hubo una serie de incidentes con el señor que desconozco su nombre, cosa que nunca me había ocurrido. Quiero decirle que aun así le estoy agradecido, ya que fue enriquecedor el encuentro. Ah, perdón, quisiera agregar algo. Estoy seguro que aquí hay escritores o entusiastas que están inseguros de empezar o algunos no tanto, qué sé yo. Tal vez entre ustedes hay quienes tengan más definido este oficio de escribir. Es normal que ocurra. Me pasaba lo mismo cuando comencé. A esas personas les digo que se animen, que no bastardeen sus sueños y no se dejen bastardear por nadie. Está lleno de gente frustrada que no se animaron a nada y transfieren su experiencia con el prójimo.  Es muy posible que los traten de locos, de pusilánimes; sin embargo, vale la pena escribir. No compitan con nadie, sean ustedes mismos. Como aconsejaba el maestro Borges al cual debo reconocer mi profunda admiración, si quieren llegar a ser buenos escritores, lean y relean a los clásicos. Después lean lo que les plazca. Todo sirve, todo suma, nada es al azar.  A veces es muy duro este oficio porque se trabaja en soledad y muy pocas veces uno llega a ser reconocido. No se queden en el ostracismo, o pulsión de muerte, confíen en ustedes. Persistan que es la única manera de llegar. La vida tiene más sentido cuando hay un propósito claro. Anímense, es lo que Freud tífica como pulsión de vida. Muchas gracias. Muchas gracias nuevamente, no sé cómo agradecerles, me hacen sentir muy bien y espero que sea reciproco.   

El público lentamente se puso de pie y comenzó a aplaudir. Tanto, que se vieron algunos rostros con sus mejillas mojadas y manos presurosas secándose los ojos.  Seguido a esto, una exaltación de emociones y recuerdos inconclusos, convergieron en una seguidilla de flashes que le hicieron parpadear al señor Bongiorno hasta obnubilarlo. Se formó una extensa cola de gente aguardando para que les firmaran sus respectivos libros. Él sacó una estilográfica y se dispuso a firmar con gusto como había de hacerlo siempre en otras oportunidades de su carrera, cuando aún no era un autor reconocido. Pero haber visto a personas  aguardando la dedicatoria, había de hacerlo sentir inmensamente feliz.  A un costado se vieron a dos hombres de chaquetillas blancas sirviendo vino y canapés; lo que significó que el momento tensional se fuera distendiendo, y que rodearan apaciblemente a Bongiorno, quien respondía de buen talante a periodistas y a personas en general seguidoras de sus obras. El señor menudo de la fila tres, permaneció apartado sosteniendo una copa de vino y observando un ejemplar de la novela que miraba de reojo en la contratapa. Parecía que estuviera a punto de estallar en cólera. Cada sorbo de su bebida, simplificaba un trago de veneno que impactaba contra sus viseras. Observaba a Bongiorno con embeleso, y a la vez, con un obscuro resentimiento acumulado durante años desde que comenzara a leer obsesivamente sus obras. No obstante, Las Zonas Obscuras de tus Entrañas, a pesar de no haberla leído, le había zamarreado en lo más hondo de su narcisismo. Ya que él se sentía frustrado como escritor y como esposo abandonado en circunstancias dramáticas.  Sumado a esto, el comentario último de Bongiorno de transmitirles ánimo a los posibles escritores indecisos, no lo asumió como un gesto de empatía o de cooperativismo, sino que más bien, lo pergeñó desde su obscuridad como un acto de soberbia disfrazada de ultraísmo.

Desde iniciado el brindis, había transcurrido algo más de cuarenta y cinco minutos cuando se oyó un relampagueo que sorprendió a todos. De súbito comenzó a desalojarse la sala. Una mujer se lamentó no haber llevado paraguas, ya que la lluvia se hacía cada vez más ostensible. Bongiorno habló con su editor, se despidió estrechándole su mano y lo vio marcharse; posteriormente saludó a las pocas personas que aguardaban en la entrada y se parapetó junto a las demás, a la espera de que fuera mermando el aguacero.  Se dijo a sí mismo, pero qué imbécil no haberme manejado en mi automóvil. Será que ya me puse viejo, infirió apretándose los labios como signo de resignación. Detestaba conducir en la ciudad, ya que el tráfico lo estresaba hasta el hastío. Vivía muy lejos para ir caminando. Desde hacía una década, se trasladaba en taxi, pero en estas circunstancias cómo conseguir uno disponible, si la mayoría de los que vio pasar estaban ocupados y los pocos que parecían disponibles eran arrebatados por transeúntes presurosos por escapar de la tormenta que arreciaba fantasmalmente sobre la ciudad de Córdoba. Comenzó a caminar bajo la lluvia por la 27 de Abril. Sintió un bocinazo, pero descreyó que fuera dirigido a él. Prosiguió su marcha, puesto que la suerte estaba echada al destino que jugaba entre las inclemencias del tiempo y su preocupación de llegar a su morada. Cuando había hecho unos cien metros, su traje estaba totalmente empapado. Pero qué imbécil, se volvió a decir a sí mismo, con el desánimo propio de una persona mayor que avizora un panorama funesto y sintiera que las fuerzas de soportar este atropello, ya no eran las mismas como cuando era un joven muchacho. Sintió otro bocinazo molesto y cuando giró sobre sí, sobre un Peugeot 504 desvencijado y descolorido vio al señor menudo de la fila tres aferrado al volante. Esto no puede ser, pensó, pero si es una locura encontrarme con este tipo provocador que llevó la reunión a casi una pesadilla. Es cierto que le dio un poco de atractivo perverso, admitió para sus adentros, pero nos alteró a todos con sus conjeturas errantes.  El señor menudo de la fila tres  bajó la ventanilla y tras dar otra serie de bocinazos, le hizo una seña con su mano para que subiera. Gritó: 

-Vamos, suba, mi auto es una catramina pero lo llevaré hasta donde vaya. Ciertamente es viejo, pero nunca me dejó porque es muy fiel a mí, y valoro mucho la fidelidad, más aún, en estas épocas de incertidumbre que uno no sabe quién es quién. 

Bongiorno quedó pensativo analizando lo que acababa de escuchar. Le sonó enfermizo el comentario de este hombre extraño que exaltaba la fidelidad de un objeto inanimado para con su persona. Le sonó hasta esquizofrénico el comentario. Dijo:

-Gracias, pero vivo muy lejos. Ya me sabré arreglar, señor. No se haga problema, son cosas que pasan.

- Disculpe.  ¿Me podría decir dónde vive o hacia dónde va?-insistió el señor menudo de la fila tres.

-Villa Rivera Indarte.-Dijo Bongiorno pensando que se lo sacaría de encima al darse cuenta de lo lejos que se extendería el viaje- Sería un despropósito que me lleve. Muchas gracias. No se preocupe, ya conseguiré un taxi apenas pare de llover. 

El señor menudo de la fila tres abrió los ojos con un signo de impaciente felicidad. Exclamó:

-Justamente, pero qué casualidad. Yo vivo muy cerca y no me importunaría llevarlo. Tenga en cuenta que a nuestra edad, con este frio repentino  estamos predispuestos a una neumonía. Y usted no es tonto, es un hombre grande y conoce las consecuencias. Córdoba solía inundarse hace muchos años. Podría ocurrir lo mismo si no para el aguacero. La construcción de La Cañada estuvo muy bien pensada por aquellos años, pero cuando llueve mucho se alborota tanto la fuerza del agua que parecería que fuera a desbordarse. Los cables de alta tensión suelen caerse por las tormentas. Está viviendo un momento muy especial de su carrera como escritor. No creo que quiera morirse por el solo orgullo de subir al automóvil del tipo que lo fastidió justamente el día de la presentación de su novela. La vida nos debe preparar, o mejor dicho, nosotros debemos prepararnos para enfrentar este tipo de incidentes. No sea necio, vamos, suba. 

El escritor se sintió abrumado entre una realidad que lo apabullaba y la oportunidad de este chiflado que aprovechaba una situación difícil de sobrellevar para intentar manipularlo. Bongiorno era un hombre alto, corpulento, de ojos azules; el típico italiano del norte con rasgos germánicos. Había practicado boxeo en su juventud, pero a pesar de esto, subir al automóvil de un extraño cuando minutos antes se había manifestado con agresividad en una sala repleta de gente le sonaba algo más que disparatado. Un colectivero aceleró de golpe y le salpicó el traje con agua embarrada. Aunque ya estaba mojado debía restarle preocupación al pequeño accidente. No obstante, se indignó por la falta de consideración del chofer del colectivo. Ya nadie respeta ni siquiera a las personas de edad, pensó en voz alta. Se sentía viejo, vulnerable. Dentro de la incertidumbre, lo miró pensativo. Lo vio tan pequeño, no solo físicamente, sino en la pobreza de sus pensamientos iracundos, en sus banalidades inconsistentes y maliciosas, que se encogió de hombros cerrando unos instantes los ojos. Pensó para sus adentros, es un pobre infeliz y yo un hipócrita de mierda si accedo. Luego lo miró indeciso. Y aunque una voz interior le anticipaba que no aceptara la invitación, lo mismo decidió cruzar y subir. Mientras arrancaba el automóvil, el señor menudo de la fila tres se disculpó por lo agresivo que estuvo con su comportamiento. Trató de justificar su improperio aduciendo que le costaba mucho reprimir sus impulsos, ya que sentía algo muy similar a que su cabeza estuviera a punto de estallar cuando no podía expresar sus pensamientos. Bongiorno, casi inmutable, le respondió que todo era tratable cuando hay verdadera convicción y voluntad de mejorar las cosas. Buscó el cinturón de seguridad sin éxito, ya que no existía por lo vetusto y abandonado que estaba el automóvil. El señor menudo de la fila tres lo miró de reojo y  aceleró con brusquedad, luego sacó de la guantera un trapo sucio que pasó por sobre el interior del parabrisas a fin de secar la humedad que afectaba la visibilidad. El viaje se hizo un poco largo, ya fuera por lo pesado que estaba el tránsito, las calles semi inundadas, los esquivos y vericuetos que tuvo que hacer el señor menudo de la fila tres, que finalmente y luego de hablar de distintos escritores clásicos y contemporáneos, el automóvil se fue adentrando a Villa Rivera Indarte. Bongiorno le indicó con su dedo índice la calle por la cual debían de doblar. Pero el conductor haciendo caso omiso siguió sin inmutarse. Posteriormente lo miró con indiferencia, le dijo: 

-Mínimamente un café, señor Bongiorno y no acepto un no.

- Pero, ¿qué hace? No puedo, ya es tarde, mi mujer me espera. No quisiera que se asuste por mi ausencia.

-No entiendo, ¿usted tiene mujer y no fue a la presentación del libro? Si hay algo que nunca voy a entender, es a las mujeres. Uno les da todo y así le pagan. Se van, se van, son malas. Nunca están satisfechas, siempre buscan una razón para ofuscarnos la vida. Son personitas maravillosas cuando están enamoradas, pero eso dura muy poco. Usted que ha vivido la vida seguramente me dará la razón. Estoy más que convencido.

- Mi mujer no se sentía bien. Le sugerí que se quedara a descansar. Por favor, detenga el coche que voy a bajar. Tenga consideración esta vez, en otro momento podemos tomar un café y charlas largo y tendido, señor.                

-No voy a detenerme, ni se lo sueñe. Tomaremos un café, hablaremos sobre literatura, y después lo llevaré hasta su casa. Quédese tranquilo, somos colegas, habló mucho en su conferencia con esos idiotas seguidores suyos. Ahora tiene la oportunidad de hablar con una persona inteligente que está justamente en este auto viejo, pero que nos trajo. Vamos, no sea desagradecido. 

Bongiorno abrió los ojos con furia, puesto que al instante cayó en la cuenta que este hombrecillo siniestro, tenía todo perfectamente planeado desde un comienzo, y él, como un tonto, había accedido a pesar de estar consciente que se encontraba con un sujeto peligroso. Paulatinamente comenzó a recordar haberlo visto comprando víveres en el mismo almacén donde Bongiorno solía hacer sus mandados. La panadería de la señora Teresa, tan antigua y tan querida por la comunidad, pero que aun así, no recordaba con exactitud los años que llevaba concurriendo para comprar pan criollo, medias lunas, o bizcochos para acompañar el mate. La gomería de los hermanos Machuca, donde en varias oportunidades le habían reparado los neumáticos, y en cierta ocasión, el hombre que manejaba sentado a su lado había discutido en tonos fuertes con ellos tampoco fue al azar. Como si pasara por su mente una vieja película en blanco y negro, recordó los vastos momentos en que vio a este energúmeno fingiendo comprar, o leyendo un diario, en distintos lugares, cuando las razones de esas aparentes casualidades, significaba que lo estaba observando con una extraña obsesión que antes no habría advertido. Pero dadas las circunstancias, el tan estudiado y analizado inconsciente le zamarreaba el cerebro para que tomara conciencia que estaba corriendo riesgo su vida. Claro, no eran casualidades, por cierto que no. Al salir de la Biblioteca Córdoba, la tormenta no estaba prevista, pensó Bongiorno, sin embargo, conspiró para que este sujeto aprovechara el mal tiempo y se generara una estratagema convincente para hacerlo subir a su automóvil. Sintió que su cabeza explotaba, entre pensamientos encontrados, emociones iracundas que trataba de reprimir y su decisión ingenua de haberlo escuchado y de creerle, a pesar que una voz interior le advertía que se abstuviera. ¿Qué estaría pergeñando con retenerlo este sujeto extraño que lo llevaba por la fuerza a vaya saber con qué propósitos? Al sentir la desesperación de saberse manipulado, gritó:

-Está cometiendo un delito, señor, deténgase o abriré la puerta. No quisiera violentarme, no es mi modo. Hágame el favor de detenerse o habrá consecuencias que después se lamentará. Me está privando de mi libertad. Es un secuestro.

Con la mirada llena de malicia y una expresión que trasuntaba terror, el conductor lo miró de reojo, sonrió como si disfrutara la desazón del señor Bongiorno y arrugando su nariz, le dijo: 

-¿Usted someramente cree que le tengo miedo? No me haga reír, jajá, no sea tan estúpido, permítase mínimamente un café o lo lamentará porque no se imagina con quién está hablando, señor escritor sabelotodo. 

Bongiorno lo sujetó del cuello y comenzó a zamarrearlo. No obstante, el automóvil seguía en movimiento. Luego de golpearlo reiteradas veces con el puño y que la cabeza del conductor rompiera el cristal de la ventanilla, sujetó la palanca de cambio dejándola en punto muerto. El Peugeot 504 chocó despacio contra un árbol y ambos hombres quedaron tiesos por el estupor causado por el pequeño accidente. Bongiorno a duras penas abrió la puerta, se bajó y comenzó a caminar. Estaba obscuro, persistía insistentemente la lluvia, la visibilidad era precaria. Sintió incertidumbre, puesto que estaba mareado y había de perder el sentido de la orientación. La calle prácticamente se había transformado en barro, y debido al temporal, parecía estar desierta. El señor menudo de la fila tres, con la frente ensangrentada, también pudo bajarse. Apuntándole con un arma, le gritó:

-¿A dónde cree que va, imbécil? Mire lo que ha hecho, pero mire lo que ha hecho, carajo. Parecía todo un intelectual dando cátedra en su conferencia. No debió ser así, ha demostrado ser un hombre muy primitivo. Usted actúa como la mayoría de las personas, no pudo controlar sus impulsos, es un hipócrita.

Bongiorno alcanzó a ver el arma, posteriormente, asustado lo miró a los ojos, le respondió:

-A mi casa, ¿a dónde más querría ir? Ya le dije que mi mujer me está esperando. ¿Acaso me va a disparar? ¿Qué quiere que haga que me quede con usted?

-Bueno, eso depende de usted. Lo he invitado a tomar un café y usted paga de esa manera. Además mi coche nos trajo a pesar de ser viejo. No lo veo agradecido por haberlo traído. Mi auto es fiel, siempre lo fue. Usted todavía no le pidió disculpas. Con el impacto estropeó su trompa. Estoy empapado en sangre. ¿Qué ocurrió con sus frenos inhibitorios, señor Bongiorno? Parece que no funcionaron esta vez. ¿Me va a hablar de la dualidad de las personas? Pulsión de vida, pulsión de muerte, o pulsión de matar que es lo que verdaderamente siento en este momento.  

- Sepa entender que cualquier persona bajo estas presiones intimidatorias pueden reaccionar indistintamente. Hay quienes no reaccionan por temerosos y hay quienes sí lo hacen tal vez por desesperación. Usted me está coaccionando para que yo haga lo que usted quiera. Eso no es normal. Con respecto a su automóvil, no se haga problema, le pagaré los gastos. No se preocupe por eso, son hierros y eso tiene arreglo. 

-Guárdese su dinero, no me importa su maldito dinero. Ustedes los ricos creen que todo se arregla con dinero. Estoy afectado moralmente por su mala predisposición y sus malos modales. Ahora camine por donde está ese sendero. Esa es mi casa. No haga ningún movimiento en falso porque le voy a disparar. Siento muchas voces que me dicen que le dispare. Estoy luchando para reprimir a estos tipos que tengo metidos en mi cabeza que me imploran para que le dispare.

Bongiorno lo escuchó con incredulidad, le dijo:

- Usted está bastante desequilibrado. ¿Me está secuestrando y me dice que está afectado moralmente? Estoy privado de mi libertad, ¿pero en qué mundo vivimos, por Dios?  ¿Usted habla de malos modales? Pero no sea ridículo, deje de apuntarme, estoy desarmado, no sé por qué se comporta de esta manera. ¿Acaso no pensó que soy un hombre público, cree que nadie me vio subir a su automóvil? ¿No recuerda que mientras duró la presentación de mi novela usted estuvo por demás agresivo? La gente no se olvida de estas cosas y mucho menos si desaparezco bajo estas circunstancias.  

El señor menudo de la fila tres se rió con total desparpajo.

-No sea imbécil, camine hacia el interior de mi casa o lo lamentará en serio. – Y tal punto que acercándose con violencia le apoyó el caño sobre la garganta como si estuviera próximo a dispararle.-Le advierto que no vuelva a tratarme de desequilibrado porque será mucho peor de lo que usted piensa. Estregueme su teléfono celular. Además, no se crea tan importante, ¿o cree que la gente no tiene nada que hacer para estar pendiente de su vida? Jajá, me hace reír, hombre público, ¿importante?, se le subió el ego bastante arriba.

Bongiorno caminó lentamente, atravesó la primera entrada de reja, y cuando estuvo por trasvasar la puerta del ingreso principal, sintió un culatazo en la nuca que lo desbarató al piso del comedor. Cuando despertó, ignoraba cuantos minutos había permanecido tendido. Se tocó la cabeza sangrante y al querer incorporarse, sintió debilidad en sus piernas seguido de un intenso dolor en la nuca y en el cuello. Oyó que el televisor estaba encendido con el volumen demasiado alto. Aunque ya de antemano había percibido señales de estar con un tipo peligroso, nunca se imaginó que estaría con uno tan loco y dispuesto a tanto. Se preguntó si estaría viviendo una pesadilla. Lo deseó profundamente. Tanto, que cerró los ojos como si se negara a ver el lugar donde estaba tirado, con su cabeza que sangraba y a la espera inusitada de otra reacción violenta; probablemente la de un psicópata, o al menos la de un perverso resentido que no entendió cómo es la vida, sus reglas, y quiere desquitarse de sus frustraciones con el primer tonto que encuentra. Pero la realidad era otra y lo hacía sentir un verdadero tarado. Mirando de reojo hacia el largo pasillo que direccionaba hacia las habitaciones, vio una gran biblioteca atiborrada de libros. El tipo era un pobre infeliz; pero sí caía de maduro y no hacía falta ser muy lúcido para darse cuenta- aunque considerando al menos que en el trayecto de Córdoba hasta Villa Rivera Indarte- había demostrado ser un hombre culto, criterioso, con cierto mundo por haber vivido en Europa pos guerra en plena juventud de los años cincuenta. Sin lugar a dudas, algo había ocurrido para convertirse en un hombre tan malvado. Vio una vieja máquina de coser desarmada como si estuviera esperando ser reparada, una caja de herramientas sobre la mesa del comedor; sobre la mesada de la cocina, vio el arbolito de navidad plegado para ser guardado. Vio la casa inmunda, abandonada, con la pintura añeja de las paredes descascarándose. Vio el retrato de Jean Paul Sartre con su pipa que lo caracterizaba. Vio desorden por doquier y sintió olores nauseabundos. También, pudo ver cucarachas caminando sobre el piso donde él mismo estaba tirado. Sintió repugnancia, impotencia. Parecía estar experimentando una pesadilla y tuvo la sensación de que duraría un tiempo prolongado. Pensó que estas sórdidas experiencias sólo sucedían en las películas norteamericanas. Nunca se imaginó que podría sucederle a él.  Bongiorno recordaba que en la presentación de su novela, este hombre se había de manifestar bastante ofuscado cuando se refirió a los objetivos no alcanzados, a la frustración, a la baja autoestima. Como si el único cristal por el cual pudiera ver o percibir el mundo, fuera grisáceo, borroso, decadente; vacío de sentido y de una esperanza casi desvanecida. Había trabajado con pacientes de similares características, pero esta era la primera vez que le tocaba un personaje tan controvertido y delirante por momentos. Lo vio bajar el volumen del televisor y posteriormente sacar una cubitera de hielo, envolverlo con una bolsa de plástico y dirigirse hacia él. Le entregó la bolsa para desinflamar la hinchazón de su cabeza. Le propuso:

- Póngasela, le hará bien si la sostiene un buen rato. ¿Ve que no soy tan mal tipo como debe creer? Bueno, fue un golpe nada más por ahora, después de todo, fue usted quien me golpeó primero. Estuve pensando en la dualidad. La verdad es que siento muchísimas ganas de matarlo, pero ahora me da pena al verlo así. De ahora en adelante, no sé cómo voy a reaccionar. Usted habló mucho en su conferencia hace unas horas y me quedé impresionado sobre lo que piensa al respecto. Estoy más que seguro que aunque usted no lo admita, ya me debe haber calificado como a un loco. Es lo que hacen los terapeutas, no voy a juzgarlo por eso. 

Tocándose la cabeza Bongiorno preguntó:        

 - ¿No está su esposa? ¿Qué diría si me ve así? 

-Ella está muerta. Se quiso ir y murió. La vida es una rueda, quien piensa traicionarme, termina muerto, definitivamente muerto. Si quiere verla, tengo sus cenizas en aquella urna que está justamente en la repisa donde reposa su fotografía. Era muy hermosa de joven, pero no solo la elegí por una mera atracción física. Su inteligencia me deslumbraba. Cuando hablaba, avasallaba con su porte intelectual sumado a su gran belleza. 

Bongiorno sintió un escalofrío. Tomó conciencia de que este hombrecillo  la había asesinado por haberlo abandonado. ¿Pero cómo había sido tan imbécil en aceptarle subir a su automóvil? ¿Dónde quedó mi cerebro o mi sentido común para ser tan estúpidamente confiado? Lo miró fijo a los ojos con cierto temor, le dijo:

-Lo siento mucho, debe haber sido doloroso para usted. Son situaciones bastante terribles de atravesar. Las personas que hemos perdido a un ser querido podemos entenderlo porque se transforma en un duelo eterno. Nunca se olvida.   

El hombre menudo de la fila tres sonrió con cinismo.

-Usted siente mucho miedo. Jajá. Lo estoy oliendo. Me teme mucho, y no lo lamente tanto, ya que yo no siento nada por esa mujer. Deje de fingir para salvarse, y no me tome por estúpido, si ya sabe perfectamente lo que sucedió con ella. Me traicionó y así le fue. Ahora levántese con mucho cuidado. Detesto a las personas débiles. A los errores hay que pagarlos en vida. Ella lo pagó y de qué manera, perra hija de puta. La amé con locura, le di todo lo que una mujer merece. Fue ingrata. Ojalá se pudra en el infierno. Vaya al baño a lavarse la sangre, me está manchando todo el piso. Después, siéntese en esta silla. Yo limpiaré la sangre.  

Si había confesado el crimen, infirió Bongiorno mientras se lavaba la cabeza, estaba seguro que iba a matarlo también. Era claro y cantado. Miró hacia la banderola del baño, pero al observarla, vio que el tamaño era muy pequeño para pasar su cuerpo, así que lo desechó por completo. ¿Si era cierto que había asesinado a su mujer, por qué estaba libre? ¿Cómo se habría justificado ante la policía para salir tan bien parado?  ¿Usar la inteligencia?, pensó Bongiorno, no le aseguraba el éxito. Percibía de este hombrecillo rasgos paranoides, trastornos psicopáticos, delirios de grandeza, elementos esquizofrénicos, pero más allá de sus miserias, le parecía que era un tipo bastante inteligente que no podía manejar sus emociones al frustrarse. Si la estrategia de Bongiorno al salir del baño era la de tratarlo como un paciente, sería contraproducente, ya que no lo consideraba un idiota y sería subestimarlo si lo intentase. De repente escuchó que se aproximaba y le gritaba:

-¿Va a quedarse a vivir allí? Tome alcohol y unas gasas. Le traeré una venda por si sigue chorreando. Vamos, cúrese de una vez por todas. Me molesta la sangre. No lo hago de bueno, y le aclaro que no siento culpa. Solo usted tiene culpa de lo ocurrido. Prepararé café como le había anticipado. Pensar que hace apenas unas horas se lo podía ver hablando como todo un catedrático. Si su público lo viera así lastimoso, su imagen se vendría abajo, señor Bongiorno.

-¿Usted parece feliz de verme así, o me equivoco?

- Claro que me pone feliz. Muy feliz. ¿Creyó que escaparía por esa miserable ventanita del baño? Con semejante cuerpo es prácticamente imposible. Ya intentó escapar golpeándome la cabeza contra el vidrio. Me podría haber matado seguramente. Entre usted y yo no hay mucha diferencia. Ambos somos propensos al asesinato. Pero no soy un improvisado, tengo todo pensado. Si planea huir, le dispararé sin lugar a dudas. Está lloviendo, aquí estamos en el campo. Las casas están construidas sobre terrenos muy grandes. ¿Cree que alguien podría escuchar lo que ocurre dentro de esta casa?

Bongiorno bajó lentamente la mirada hacia el piso. 

- Qué lamentable es oír que experimente esa emoción. Si estoy así, no es porque yo lo quiera. Estoy bajo su sometimiento. No elegí venir a la casa de un hombre que me hace entrar a punta de pistola y me golpea en la nuca. Estoy en total estado de indefensión, señor. Por lo que veo, no tengo opciones a través del dialogo.

-¿Y cómo cree que va a salir de este embrollo? No la tiene nada fácil. No quisiera estar en su pellejo. Usted se la buscó rechazándome por la manera asquerosamente despectiva que lo hizo. Mínimamente un café, le propuse. Quería hablar con un colega sobre literatura, sobre la vida y usted me trató como basura negándose a mi invitación.  

- ¿Qué quiere que le diga? Es difícil poder responderle con objetividad cuando no deja de apuntarme con su pistola. No sé, usted tiene ese poder. ¿O acaso tiene planificado matarme? Con violencia no vamos a ninguna parte, sin embargo, veo que se maneja de esa manera, con esos códigos de rufián. Creo en Dios, la verdad es que no me importa lo que usted haga conmigo. No me voy a violentar ni mucho menos. Usted es un cobarde porque sólo me puede manejar apuntándome con su pistola.

El hombrecillo enardecido le grito:

-Cállese la boca o le volaré los sesos. No está en condiciones de decir nada. ¿No ve que le estoy apuntando con mi arma?-y corriendo su brazo, disparó su Bersa nueve milímetros cinco veces consecutivas hacia las distintas paredes del comedor. Una de las balas impactó en la cafetera que chillaba porque hervía hasta más no poder. Las balas rebotaban, sin embargo, ninguna alcanzó a impactar sobre sus cuerpos. Fue un milagro que no ocurriera una tragedia. 

Bongiorno comenzó a temblequear. Estaba bastante nervioso y asustado. Pensó que estaba llegando al final de su vida. No obstante, se atrevió a preguntarle:

-  ¿Pero qué está haciendo, se volvió loco? Podríamos haber muerto, no entiendo su actitud de disparar. Bueno, ya estoy jugado para lo que venga. Haga lo que quiera, ¿o piensa que le voy a suplicar? Ya me imagino cómo terminará esto. Me matará y después se suicidará pero no por sentir culpa, ya que usted nunca sintió culpa, sino que más bien para que no se olviden quien mató a Luca Bongiorno. Usted está lucubrando esa idea, no valora su vida, menos va a valorar la mía ni la de nadie. Está buceando en el lado obscuro de sus entrañas. 

El hombrecillo lo miró con una sonrisa. 

-No me haga reír. Tiene miedo, mucho miedo.  Parece que se siente muy importante, que al mundo lo tiene a sus pies, ahora dígame, ¿cómo hará su Dios para salvarlo? ¿Dónde está, usted puede verlo? Yo no podría ni que quisiese. No entiendo cómo un intelectual como usted cree que Dios lo salvará. Nadie nos salva, no sea idiota.

Bongiorno meneó su cabeza con desaprobación. 

-No podría entenderlo. No vamos a perder el tiempo hablando de mi fe. Usted está muy lejos de eso. Ahora, le pregunto algo, y ya que va a matarme, creo que tengo ese derecho. Si quiere me puede responder. 

-¿Qué quiere preguntar, señor Bongiorno? ¿Acaso cree que sus preguntas lo van a salvar? No trate de psicoanalizarme porque será peor. 

 -No necesariamente, pero al menos quisiera saber más quién es mi asesino.  ¿Su madre abandonó a su padre? Él la maltrataba seguramente. Por si acaso, ¿su padre era alcohólico? Sabe una cosa, después que ella lo dejó, creo que su padre se desquitó con usted maltratándolo, golpeándolo, haciéndolo sentir un verdadero miserable. Tiene toda la estructura de una persona maltratada. Ha intentado triunfar como escritor y no pudo lograrlo. Ha fracasado en su matrimonio, y cuando su esposa intentó huir, usted la mató. Y de esta manera también se vengó de su madre por haberlo abandonado a usted y convertirlo en víctima de su padre. Ahora entiendo claramente su condición de misógino. 

- ¿Y a usted qué le importa? Es exitoso, reconocido, ha triunfado como pocos. Sólo le importa su fama, su orgullo, su prestigio. No me sermonee más, no va a ganar nada con su actitud de perseguirme hasta llegar a lo más profundo de mi ser. Todos tenemos miserias, ¿o usted cree que no las tiene? ¿Dígame cómo ha hecho para llegar a la cima de su carrera? ¿Por favor, antes de matarlo, dígame cuál es su secreto?

Bongiorno lo miró sorprendido.

-Es una pena, es usted una persona inteligente e instruida. Podría haber sido un escritor brillante si realmente lo hubiese querido. No lo logró porque emocionalmente está colapsado.  ¿Quiere que le diga cómo hice ?... Me llevó toda mi vida con muchísimos esfuerzos y frustraciones que tuve que enfrentar. ¿O usted cree que fue fácil? ¿Sabe los libros que quemé porque me parecieron desastrosos? ¿Piensa que no me he frustrado al prenderles fuego? Nadie nos regala nada. Todo depende de nosotros mismos. Es cuestión de creer que podemos lograrlo. Aun así, es muy difícil señor.

El hombrecillo lo miró incrédulo y le apuntó con la Bersa en un ojo. Su expresión era temeraria. Gritó con más furia:

-No me está diciendo la verdad. Me está ocultando algo. Puede que tenga razón en algunas cosas, pero sinceramente me cuesta creerle. Debe haber alguno secretitos que seguramente los escritores se guardan por su maldito egoísmo.

-Claro, como le costó creerle a su mujer, por eso la mató. No la escuchó, sólo se cerró en sus propias lucubraciones porque su narcisismo no le permitió ver la realidad. Es usted una persona difícil. Armó un artilugio convincente por la muerte de su esposa que la policía estúpidamente creyó. Se siente débil, señor, por eso comete tantos errores que en algún momento deberá pagar. ¿Cómo triunfar como escritor? No lo sé. Nadie me ayudó. Tal vez la suerte estuvo de mi lado. Pero ya lo expliqué en el salón de la Biblioteca cuando me referí a los posibles escritores, cómo llegar a ser bueno en esto, sin embargo, el éxito es un misterio que llega cuando tiene que llegar.

El hombrecillo quedó meditabundo, como si estuviera perdido en otro universo, pero no obstante, sujetaba con fuerza su pistola. Miró el piso unos instantes, luego levantó la mirada y respondió:

-Me está analizando, señor Bongiorno. Le anticipé que no lo hiciera. No necesito de su estúpida terapia, aunque le confieso que ha dado en la tecla. Bueno, dadas las circunstancias, me siento persuadido a confesarle ciertas infidencias. Usted quiere saber cómo se originaron los hechos, cual fue la causante del móvil del crimen, si es que hubo algún móvil porque aún es relativamente confuso. Le sintetizaré la verdad.  Mi mujer estaba atravesando por un cuadro depresivo en sus últimos años. Estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Había tenido dos intentos de suicidio con barbitúricos. Yo la salvé llevándola al hospital para un lavaje de estómago. La segunda vez la vi tan mal, que tuve que llamar a un servicio de emergencias porque yo sentía que no tenía fuerzas para levantarla y llevarla al hospital. Nadie lo valoró, ni siquiera sus propias hermanas. Cuando se repuso me manifestó sus intenciones de separarnos.

-¿Usted qué hizo, cuál fue su primera reacción? 

-Le supliqué que no me abandonara, pero fue inútil. Discutimos durante largas horas, pero no hubo caso. Sentí que me volvía loco si me abandonaba. Volvió a tener otro intento de suicidio tomando sus píldoras, pero esta vez no hice absolutamente nada. Estaba tan desganado, tan desesperanzado, que la dejé librada al azar. Aguardé unas horas. Llamé a un servicio de emergencias a sabiendas que era tarde; intentaron salvarla. Pero no lo lograron. Llegó la policía, observaron el caso, me hicieron muchísimas preguntas. Los antecedentes de sus anteriores intentos de quitarse la vida despejaron todas las dudas. De todas formas, sus hermanas me endilgaron la culpa a mí. Me reprocharon que yo la indujera a suicidarse.

Bongiorno lo miró con una expresión de consuelo.

-Es muy lamentable lo que ocurrió. No quisiera juzgarlo, pero digamos que usted asistió a un suicidio. Usted, podría entenderse que estaba bajo el estado emocional de un hombre desquiciado. Podría haber llamado a un servicio de emergencias, pero por su estado, su condición de obnubilada desesperanza no pudo reaccionar. No lo justifico, pero humanamente lo entiendo. Sin embargo, le recuerdo que las personas no son objetos de nadie. El abandono a veces nos quita las ganas de vivir. Lo comprendo, pero no fue buena su actitud. Si bien ella tomó la decisión, usted no hizo nada para salvarla. 

 El hombrecillo lo miró con indignación y pegó un fuerte golpe sobre la mesa.

-Dijo que no quería juzgarme, pero hace todo lo contrario. Ahora que le di mi confesión, no creerá que lo dejaré con vida. No, no, sería una tontería confiar en usted. Si lo dejo ir, usted irá derechito a la policía y contará lo ocurrido. Fue muy estúpido de su parte subir a mi automóvil, considerando su inteligencia aguda y su terrible percepción; la verdad es que me asombra. Su curiosidad por saber cómo murió mi esposa lo condena a morir.

Bongiorno se encogió de hombros.

- Que va a matarme, no cabe ninguna duda. Lo viene repitiendo hace rato. Bueno, a veces la razón le da injerencia a una duda razonable. Sucede que la insensatez y la traición están más cerca de lo que suponemos. Ahora, ¿quiere que lo felicite por haber dejado morir a su esposa? La respuesta es no. Soy un septuagenario tonto, en eso tiene razón, y usted un homicida. Estuvo muy agresivo en la presentación de la novela. Allí mostró sus garras. Cuando salí a la calle para tomar un taxi, creo que no hace falta que le diga sobre cómo estaba el clima, me imagino. Pero, en fin, cuando lo vi sentado en su automóvil, sabía que usted se tenía algo guardado y se aprovechó de las circunstancias para persuadirme, no obstante, nunca imaginé que culminaría de este modo. De todas maneras, no sé a ciencia cierta por qué me quiere matar.

El hombrecillo miraba hacia un punto imaginario. Posteriormente arrugó su ceño y respondió:

 -El mundo está representado por signos. De esta manera, no es mi intención desdeñar al hombre y sus propósitos. Su tan ansiada búsqueda existencial sobre el sentido de su participación para aguardar conscientemente su muerte, no es para nada alentador por más creencia religiosa que sopese su espíritu o su fe.

-¿Qué quiere decir específicamente cuando se refiere a signos?

-Usted escribió su última novela pensando en mí, se inspiró arbitrariamente en mi desgracia, en mis frustraciones, en la muerte de mi esposa. Es muy astuto, señor Bongiorno, pero a mí no se me pasa nada. Hay mucha simbología en sus obras. Las he leído a todas y admito que es usted un muy buen escritor. En parte son autorreferenciales y en parte transfiere su propia obscuridad para que cualquier ingenuo que caiga en sus garras, se convierta en su presa y usted genere una historia interesante. Pero en este caso, lamentablemente me tocó a mí.

Bongiorno quedó más que pasmado, como si le hubieran echado un balde de agua fría. Ante semejante hipótesis retorcida no supo qué responder. Lo miró con asombro y cierta resignación; acaso el hombrecillo revoloteaba sus ojos aguardando una respuesta. El escritor luego de tomarse unos instantes de abominable incertidumbre, le preguntó:

-¿Usted me está hablando en serio? No entiendo nada. Es muy absurdo lo que sugiere.

- Claro que le hablo en serio. ¿No recuerda cuando dijo que todos estamos conectados a todo y a un todo? Son sus palabras, de hecho las dijo unas pocas horas antes en la Biblioteca cuando presentaba su libro. O le falla la memoria o está loco, señor. Las personas que nos cruzamos a diario que no conocemos, pero que al observarlas a los ojos, una voz interior nos avisa que hemos estado con ellas en otras dimensiones, en existencias remotas. Aunque parezca descabellado, pienso desde mi punto de vista que es subjetivo, que en efecto es porque estamos conectados y nuestra mente racionalista se niega a entenderlo por temor a perder el juicio. ¿Qué me va a decir ahora?

- Me referí al inconsciente y a los arquetipos. Es cierto, yo presumiblemente afirmo esto aunque suene una locura, que todos estamos conectados por vibraciones de los antepasados. Ahora que yo haya tomado elementos de su vida para escribir una novela es descabellado. Es un insulto a mi inteligencia. Sería descalificar mi capacidad creativa, mi esfuerzo, mis pasiones. Si usted se identificó con alguna de mis novelas, le juro que lo siento mucho. Su imaginación no tiene límites si en verdad cree que esto es posible. Estoy muy cansado y me quiero ir. Déjeme ir, o dispare si usted le parece justo. Le recuerdo que aunque no sienta culpa, el inconsciente no perdona. Devuélvame mi celular – y se incorporó para marcharse.

El hombrecillo lo miró furioso, gritó:

- Ya le advertí que no está en condiciones de hacer nada que yo no quiera. Siéntese o lo lamentará. ¿Cree que no soy capaz de dispararle? A ver, ¿quiere ponerme a prueba?

- De usted puedo creer cualquier cosa. Pero sólo un cobarde como usted dispararía por la espalda. Me fastidió bastante, ¿no le parece? No le diré nada a la policía, si es lo que le preocupa. Tampoco me importaría. Su mujer no va a regresar. Usted está totalmente loco, debería tratarse, debería saber escuchar y no encerrarse en sus lucubraciones nefastas. Estoy cansado de tratar con manipuladores, mi primera mujer lo fue conmigo y me aparté de ella. Si hay algo que amo en esta vida es la libertad. No quiero estar ni un segundo más aquí bajo su control. Trate de ser una buena persona, es el valor más importante. Trate de creer en usted, siga escribiendo, inténtelo, tal vez lo logre. O bueno, haga lo que se le venga a sus ganas. Adiós, señor.

Bongiorno abrió la puerta, salió caminando a pesar de que el hombrecillo podría matarlo; de hecho, seguía apuntándolo. Todavía persistía una incipiente llovizna. Se había hecho muy tarde y la calle, convertida en lodazal, le impedía caminar con prisa. Cuando había hecho unos cincuenta metros, sintió la detonación de un disparo. Se detuvo, giró sobre sí,  palpó su cuerpo para verificar si la bala le había impactado, entonces cayó en la cuenta de que el hombrecillo acababa de suicidarse. Se lamentó, pensó en llamar a un servicio de emergencias, pero dedujo que ya era tarde para salvarlo. Mientras caminaba, la lluvia caía sobre su rostro, entonces se sintió un hombre libre.

 FIN 



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